Los nómadas se preguntan ¿cuánto falta para volver?

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Viajeros, peregrinos, turistas, becarios, soldados que invaden, periodistas, exiliados políticos y exiliados económicos, diplomáticos, músicos en gira internacional: ¿todos pueden ser amontonados bajo el nombre de nómadas? Sin duda, a estas diversas clases de viajeros se aplican ciertos elogios comunes en la literatura sobre nomadismo. Todos descubren algo diferente de lo habitual, se sorprenden, miran con menos ingenuidad el lugar en que crecieron, se forman una imagen más ancha del mundo.
También comparten desazones. Quién no se ha sentido intruso en otro país, observando como extraño, desgarrado entre lo que dejó y lo que ahora encuentra; quién no se ha preguntado qué hago aquí y cuándo vamos a regresar.
Una de las cosas que ha cambiado en la bibliografía sobre viajes debido a la intensificación de desplazamientos y la multiplicación de motivos por los que se viaja, es la manera de pensar sobre el nomadismo. Hasta la década pasada se publicaron innumerables libros y revistas, se filmaron películas y videos, en muchas lenguas, para celebrar los viajes. la temporada de posmodernismo exacerbó este entusiasmo. Prosas vagabundas, exaltaciones místicas, testimonios de viajes remotos que reemplazaron a los textos científicos en las librerías, y hasta los paseos o interminables viajes obligatorios por las megalópolis fueron contados como traslados iniciáticos.


«De todos los libros, el que prefiero es mi pasaporte», leo en un artículo de Alain Borer. «El viaje es una terapia contra el pensamiento único», escribía Jacques Lacarrière al introducir un número de la revista De l’education, de Le Monde, sobre estos temas. ¿Todos los viajes son terapéuticos? Aún en un libro publicado en español en 2004, El nomandismo, Michel Maffesoli sostiene que son equivalentes los destierros, las migraciones, los vagabundeos y las navegaciones por Internet. Todos estaríamos confundidos -«hippies, freaks, indiani metropolitani», judíos diaspóricos y guaraníes y rolling stones, exiliados y buscadores de viajes iniciáticos- en una despreocupación dionisíaca «por el mañana, el gozo del momento, el arreglárselas con el mundo tal cual es». Se necesita olvidarse de lo que las ciencias sociales y tantos testimonios dramáticos dicen sobre la interculturalidad para escribir en 1997 que «deja de ser válida la contraposición entre una vida errante elitista -la del jet set– y la propia de los pobres -la de la migración en busca de trabajo o libertad».
¿Qué me olvidé, qué perdí? Esta mirada ingenua e indiferenciada está cambiando gracias a los estudiso sobre migrantes, sobre las pérdidas y los dramas de la memoria en los exilios y en las distintas formas de turismo: el de sol y playa, el ecoturismo, el étnico y el turismo revolucionario (Chiapas, El Salvador). También porque en los paises donde más creció la retórica nomádica, Europa y Estados Unidos, comenzaron a preocuparse por quienes llegan de turistas y se quedan a trabajar, por los que no consiguen trabajo y se arreglan como pueden en ocupaciones ilegales, o por la incómoda cercanía de los millones de asiáticos, africanos y latinoamericanos que tienen otras religiones, lenguas y costumbres que no se entienden. En varios países europeos se intensifica en este momento el debate sobre la masificación y las derivaciones del turismo. «Que venga la mitad y gaste el doble», leí hace un año en un periódico de Barcelona.Cuando los diferentes estaban alejados y pocas veces en la vida viajábamos, cuando sólo llegaban a nuestra ciudad migrantes del propio país (o los veíamos en el cine), era más fácil idealizarlos. Al aumentar la interdependencia global, ahora no sólo viajan «los que saben hacerlo» y la extrañeza de los otros se vuelve desafiante.A los nómadas de lujo se agregan los desocupados, mochileros, maras y otros que ni se sabe cómo nombrar. Todavía viajar -y que los otros vengan a mi ciudad- puede facilitar la comprensión de lo diferente y ayudarnos a desmontar prejuicios. Pero también replantea las oportunidades y los riesgos de la interculturalidad. Aún quienes tienen una concepción más democrática y abierta a lo distinto, los que son capaces de enriquecerse con lo que hasta ayer no entendían, en un momento pueden sentirse agobiados por las comidas y maneras de ser que les disgustan. Viajes por la ciudad

Ya anduve cinco kilómetros, pero en biocicleta fija. Los anchos ventanales del gimnasio permiten desde este cuarto piso ver las filas de coches que vienen desde el norte de la ciudad, y persisten hasta lo que entreveo del sur, ocupando los dos niveles del Periférico, tres carriles arriba, tres abajo y los dos laterales enteramente saturados. Las luces se desplazan somnolientas, las ocho filas de autos muestran esta vía rápida, estrenada hace seis meses, casi tan desanimada como un estacionamiento. Ahora tengo que salir a la megaciudad donde ni los ejes viales, ni el segundo piso, acortan los viajes de dos o tres horas, el mismo tiempo en que los avances tecnológicos permiten desayunar en la propia casa, almorzar en otro país y estar de vuelta el mismo día para cenar con la familia. ¿Qué diferencia al nomadismo interurbano del nomadismo internacional? También en la propia urbe los viajes nos internan en lo desconocido, nos obligan a preguntarnos por modos de vida lejanos; los viajes pueden ser aventura del asombro y la iniciación. Pero la congestión y el agobio de la circulación metropolitana no nos dejan dispuestos siempre a estos ejercicios reveladores.
La observación de los comportamientos en los transportes colectivos, sobretodo en las horas de abigarramiento nocturno, presenta más bien a multitudes cansadas, rostros absorvidos por la lectura de revistas, por el walkman, o sumergidos en la simple indiferencia hacia los demás: el sombrío malestar de este último trabajo de la jornada que significa el regresar a casa. Parece aún más aplicable a muchos viajes urbanos lo que Alain Borer dice de los viajes más largos «en esta nueva era en que todo puede ser túnel. El viajero se encierra en su trayecto, rechaza el paisaje». Ciudadanías flexiblesCon todas las contradicciones y ambigüedades señaladas, la condición nómada de millones de personas, el hecho de que cada sociedad sea multicultural y muchos tengamos múltiples pertenencias, ha llevado a repensar que significa ser ciudadano. La desterritorialización o la multiterritorialización caracteriza hoy la trayectoria de millones de personas. A muchos nos identifica tanto el lugar de nacimiento como el que elegimos para vivir, el sitio de residencia como los viajes, sobre todo para quienes son trabajadores temporales o sus empleos les exigen residencias múltiples. Tenemos, como dice James Clifford, «afiliaciones diaspóricas».Sin embargo, los Estados y las legislaciones nacionales siguen organizados como si todos continuáramos viviendo permanentemente en el país donde nacimos. Las políticas educativas y de derechos humanos mantienen recortes fronterizos para las personas aun cuando las inversiones económicas y los circuitos de comunicación fluyen transnacionalmente. Salvo regiones excepcionales, como la Unión Europea y parcialmente el Mercosur, no asumen que la liberalización económica y mediática necesita acompañarse de una redefinición multinacional de la ciudadanía. Nada semejante se ha logrado en el resto de América Latina, ni entre México y los socios del TLC (EEUU y Canadá), pese a que los acuerdos de libre comercio llevan 11 años aplicándose.En casi todo el mundo es más fácil el nomadismo de los intereses empresariales y de los dispositivos de seguridad militar y policial que el de las personas. No desconocemos que hay razones para mantener las fronteras y las nacionalidades diferenciadas entre los paises latinoamericanos, por ejemplo, para proteger el patrimonio natural, histórico y ecenómico; regular los flujos migratorios; controlar el narcotráfico y otras modalidades de la globaliación criminal, y, por supuesto, defender la continuidad de las cultural locales. Pero estos motivos de prevención han tenido poco peso en los apurados acuerdos de libre comercio entre los países del Mercosur, los del TLC y otros establecidos entre naciones latinoamericanas, así como en la privatización trasnacional de empresas de interés geopolítico, entre ellas las de teléfonos y televisión.Estamos ante asuntos que no pueden ser sólo competencia de políticos y empresarios. También tienen que ver con los derechos humanos básicos y con la comunicación y comprensión entre naciones. Implican a la educación como formadora de la mirada sobre los diferentes, y a la política cultural donde se seleccionan patrimonios y se excluyen otros, se transmiten discriminaciones o se ayuda a apreciar lo diverso.¿Cómo avanzar en estos campos interconectados? Mientras no logremos garantizar modos flexibles y multinacionales de ejercer la ciudadanía, la afirmación de que el viaje para muchos puede tener el aspecto de travesía por un túnel será más que una metáfora.

Néstor García Clanclini. Profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Publicado en Pic-Nic (2005), nº Nómadas. 52-54. México.*La primera imagen es de Ideal Word [www.idealword.org]

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