Zonas turísticas y «estados canallas»

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Surge entonces de nuevo la necesidad de controles y protección, la proliferación de guardaespaldas y la hipertrofia de las medidas de seguridad en las puertas de los resorts más exclusivos. Se crean cuerpos especiales de policía turística, como en Tailandia, México, Brasil, Venezuela, Egipto o Grecia. Sin embargo, la presencia de estos sheriffs de barrio, encargados de mantener el orden público en las localidades turísticas, tienen inevitablemente una repercusión sobre la vida cotidiana de las comunidades anfitrionas. Con una mayor vigilancia sobre todo y sobretodos, incluso para los residentes, y con un impacto que desmiente, si aún fuera necesario, la leyenda del turismo como industria ligera.

Es fácil pronosticar, en este orden de ideas, la delimitación de territorios con un uso taxativamente recreativo. Zonas cuyo acceso está vedado a los no aptos para el entretenimiento. Reservas turísticas señalizadas con letreros que dicen: «Tourist area, keep off» (prohibido el paso). En cuanto a las barreras para mantener alejados a tiburones y campesinos, se utilizan varios sistemas: redes, muros, cancelas electrificadas o automatizaciones inteligentes, como umbrales electrónicos que reconocen la autenticidad del visitante y de su identidad. En semejante marco de habilitación para la actividad turística, habrá que tener en cuenta también la clandestinidad. Lo mismo que hay emigrantes desesperados que se esconden en el tren de aterrizaje de los aviones, se embarcan en pateras o viajan sellados en elinterior de los contenedores, habrá aspirantes a turistas que intenten la entrada clandestina en los exclusivos países de Jauja, jugándose la vida para hacer realidad un sueño.
El censo seguirá siendo la base para la discriminación, pero no la única: otras podrían ser la étnia, la lengua, la dotación genética, el lugar de procedencia, el conocimiento de fórmulas codificadas, la regularidad del curriculum vitae, la posesión de certificados de buena conducta, salud y fidelidad comprobadas, y así sucesivamente. Es inútil crear barreras si no se crean normas de acceso. De hecho, las dos cosas nacen y funcionan conjuntamente.
El mismo planteamiento también puede generar zonas inaccesibles a los turistas, por una serie de razones. O porque en estos lugares, todavía no saneados o liberados de posibles elementos perturbadores, no sería posible garantizar la seguridad, o porque los estándares de la hospitalidad no están (aún) homologados o fomentados con certificaciones ISO: una acogida demasiado diferente de los parámetros del llamado estilo occidental, es decir, del confort occidental, no aseguraría la necesaria tranquilidad a los clientes. Y a este paso todo es concebible, incluida la creación de zonas prohibidas para que el turismo no entorpezca los ejercicios militares.
No son suposiciones descabelladas. La mayor parte de las islas Andamán y de las cercanas Nicobar, en el golfo de Bengala, ya está turísticamente proscrita. Se trata de magníficos archipiélagos situados entre la India y Tailandia donde, por su interés estratégico, hay bases de la marina militar de Estados Unidos. Ante esta clase de prioridad, por ahora, no se hace ninguna excepción, ni siquiera con la industria turística competidora. Recuerdo que cuando pedí explicaciones al gobernador de las islas Andamán me respondió con una sonrisa que, por motivos de seguridad, también le habían denegado una autorización de estudio a Claude Lévi-Strauss, el antropólogo más importante del mundo.
En mayo de 2003, con una iniciativa sin precedentes, el gobierno británico decidió suspender todos los vuelos desde y hacia Kenia, considerándolo un destino inseguro. Tras una serie de graves atentados terroristas que han golpeado incluso a Arabia Saudí, la situación de peligro, para Estados Unidos, afecta ya a toda África Oriental. El Departamento de Estado norteamericano «desaconseja» viajar a una serie de países: Afganistán, Tayikistán, Jordania, Venezuela, Costa de Marfil, Líbano, Iraq, Yemen, Indonesia, Libia, Somalia, Angola, Pakistán, Nigeria, Israel, Bosnia, Herzegovina, Macedonia, Irán y Argelia. De vez en cuando se han lanzado anatemas parecidos contra Filipinas, Kenia, Turkmenistán, Islas Salomón, Argentina, Timor Oriental, Nepal o Malaisia. Hasta tal punto que un noticiario tercermundista difundido en la red ironiza sobre el hecho de que los estadounidenses aún pueden… ir al retrete.
Para evitar desagradables represalias, en estos últimos años se han ideado escapatorias, como las del visado volante. En tiempos del apartheid y del racismo de Estado, para la comunidad internacional Suráfrica se había convertido en una meta que había que evitar, sometida a un auténtico embargo turístico. Para no pagar las consecuencias, los que iban obtenían el visado de entrada en una hoja suelta. Los viajeros que frecuentan Oriente Próximo saben que a la entrada en Israel conviene pedir el visado separado: los países árabes que no reconocen el Estado hebreo no sellan pasaportes en los que conste el visado israelí. Asimismo, al entrar en la República de Chipre con el sello de Chipre del Norte en el pasaporte podríamos tener algún problema, por lo que conviene que nos lo pongan en una hoja aparte. Y en la misma clase de porblemas se enfrentan los estadounidenses que pasan sus vacaciones en Cuba: para no tener problemas a la vuelta, obtienen el visado cubano en un papel ad hocy no en las páginas del pasaporte.
Por lo tanto es legítimo preguntarse qué ocurrirá en los países que -según los dictados del nuevo imperio mundial- serán clasificados como «estados canallas», territorios tabú o nidos de terroristas. En un artículo titulado «The Costs and Consequences of American Empire», «Los costes y las consecuencias del imperio americano», publicado en una web de grandes viajeros, Chalmers Johnson se pregunta se no será más bienEstados Unidos la que se ha convertido en una «superpotencia canalla»?.
Cruzar ciertas fronteras, en plena globalización, quizá llegue a ser impensable, como en el mundo imaginado de George Orwell en la novela de política-ficción 1984. Y si alguien, a pesar de todo, decide visitar un mal llamado «Estado canalla» (¿se emitirán noticiarios actualizados similares a los actuales boletines epidemiológicos?) ¿será considerado sólo un temerario o, asu vez, una «persona canalla»? ¿O simplemente un criminal?
Sin llegar a tanto, es fácil prever que, como mínimo, el seguro no cubriría esta clase de turismo aventurero. Tal vez se seguirían los movimientos del transgresor desde un satélite. Y a su regreso le aguardaría una cuarentena política, quién sabe si en jaulas de privación sensorial como las de la base estadounidense de Guantánamo. Daría finalmente en el blanco entonces, el famoso spot publicitario de Alpitour: «¿Turista por tu cuenta? Ay, ay, ay…

Canestrini, D (2009) «Zonas turísticas y estados «canallas», en: No disparen contra el turista. Un análisis del turismo como colonización. Barcelona: Edicions Bellaterra. 106-108
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