Entrevista con Juan Villarino, viajero y escritor argentino

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A veces casi se me olvida que detrás de la quijotesca empresa de domar al salvaje monstruo del turismo, se esconde la pasión por el puro viaje. La sensación de no saber dónde va a acabar el día ni con quién vas a compartir una sonrisa. Y hay veces que el viaje más apasionante lo podemos hacer a través de las palabras al oído, un viaje fascinante.

Argentino, 32 años, viajero y escritor, son las coordenadas que nos sitúan en un lugar donde habita la intensa sed de gentes desconocidas y el hambre de territorios lejanos. De ese lugar Juan nunca se moverá por muchos kilómetros que recorra porque ahí siempre llueve hospitalidad.

juan

En algún lugar dejado de la mano de dios pero no del dedo de Juan

Conocí a Juan Villarino desde la pantalla: admiraba cómo organizaba competiciones de Autostop  y escribía sobre sus viajes.  Mientras estaba en Arabia Saudí en mi despacho recibí una copia electrónica del libro que Juan acababa de escribir. Tras imprimirlo no pude dejar de leer el primer libro de Juan, pretendiendo que era un árido informe económico-comercial. En realidad era una crónica literaria del viaje Irlanda-Tailandia.

Por fin, hace dos años, pude conocerlo en Buenos Aires, esa vez hablamos de su próximo viaje a Alaska… en una bicicleta de dos pisos. Luego ha habido algunos cambios: no será en solitario sino  acompañado de otra gran viajera, en lugar de Alaska, será Groenlandia y por último en lugar de bici de dos pisos será el ya tradicional auto-stop. ¡Creo que te convienen los cambios Juan!

OniriciclosJuan me prestó la bici un ratito. 2008 Buenos Aires

Tras esta pequeña introducción vamos a lo que nos ocupa, una entrevista con Juan sobre el viaje en su estado más puro.

Gracias por responder la entrevista Juan. Muchas veces escuchamos hablar de si los lugares son «auténticos», si aún son «vírgenes» o ya están «explotados». ¿Qué te parece?

Todo depende de los lugares (o “destinos” en la jerga turística) a los que nos estamos refiriendo. Hoy día es cada vez mayor la cantidad de gente que viaja, lo que equivale a decir que también se ha vuelto como una moda. Encuentro mucha gente que sólo viaja porque tiene la posibilidad económica de hacerlo y va por el mundo tachando de la lista los sitios Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. El viaje, antes una aventura, es hoy un pálido reflejo de lo que era en los setenta u ochenta, quizás debido a que la gran mayoría viaja siguiendo una Lonely Planet, como un previsible rebaño de ovejitas que van pasando por los mismos hostels y paradas obligadas. Cuando el viajero deja de explorar y comienza a acatar pasivamente los “highlights” de las guías de viaje, entonces estos destinos elevados a iconos o fetiches (Machu Pichu, Tilcara, Isla del Sol, etc) ven su capacidad de carga saturada. La obsesión del turismo actual de “descubrir” lugares es muy contradictoria, porque por un lado, se plantea esta fantasía de los paraísos perdidos, pero la gran mayoría de los turistas los busca erróneamente en una agencia  o en una guía de viajes. La gran salida de este dilema circular es bien sencilla. Pero de tan sencilla es también selectiva, e implica arriesgar para conocer. Hay que viajar con tiempo, y estar dispuesto a tomar un mapa y visitar aleatoriamente sitios de los que no tenemos una referencia previa. En autostop, en bicicleta o en automóvil, es muy fácil dar con sitios “vírgenes” si se tiene un buen mapa y el coraje suficiente para poner el dedo sobre un punto cualquiera y decir: “vamos a ver qué hay aquí”.

A veces te he escuchado hablar de la capacidad del viaje para mejorar la salud. ¿Cuáles son tus ideas al respecto?

Desde hace dos años coordino un proyecto educativo con el Movimiento Mundial para la Salud de los Pueblos, basado en este presupuesto de que viajar te permite desmentir muchos estereotipos y mitos que los vientos mediáticos de la TV desparraman. En la medida que uno viaja optimiza su capacidad de empatía y entendimiento intercultural. En las charlas que realizo en escuelas muestro fotografías de episodios de hospitalidad experimentados durante mi viaje, para transmitirles a los chicos una imagen menos paranoica del mundo. Y esto es, técnicamente hablando, salud psíquica.

Juan, mucha gente nunca iría a un país musulmán porque tiene muy mala imagen de ellos. Sin embargo, tú has pasado mucho tiempo en Egipto, Siria, Iraq, Irán, Afganistán… ¿Cuál es la reflexión que extraes de esta experiencia?

Una imagen que me es muy familiar

Una imagen que me es muy familiar

Fue un viaje que cambió mi vida como persona y como escritor. La condición para ser escritor es sentir que uno tiene algo para decir que vale la pena ser dicho. Desde mi primer viaje entendí que el mundo era un sitio mucho más amistoso que lo que la televisión se empeña en mostrar. Entonces me propuse hacer de la hospitalidad el eje temático de mi expedición en autostop en el Mundo Islámico, sin perder de vista el retrato de la cotidianidad, de las desigualdades y otras cuestiones que me parecen definitorias de cualquier país y sociedad. Requerir  la hospitalidad de una cultura es una buena manera de sacarse los miedos de encima sobre ella. Un paradigma de este proceso fue mi viaje en el Mundo Islámico, que como tú bien sabes, relato en mi libro Vagabundeando en el Eje del Mal – Un viaje a dedo en Irak, Irán y Afganistán.

La razón por la que muchas personas piensan que los países musulmanes son inseguros está relacionada con la manipulación de la información que recibimos. El tema de los estereotipos también me parece central. En Sudamérica, por ejemplo, muchos aseguran que los europeos son todos fríos, mientras que muchos europeos consideran a los árabes todos terroristas y fundamentalistas. Por eso me gusta retratar episodios aparentemente mundanos, pero que para mí encierran esencias de cada sociedad. La alegría que demuestra el zapatero del bazar de Der-ez-Zoir, en Siria, al reparar mis botas cansadas de andar, desmiente mejor que cualquier monografía antropológica el supuesto recelo de los musulmanes hacia los occidentales. Crucé Afganistán haciendo dedo durante un mes. Todos creían que no iba a salir vivo de allí y sin embargo, en mi camino no encontré más que gente cordial y caballerosa. Todo mi periplo en Irak, Irán y Afganistán tenía precisamente el fin de desmantelar, a fuerza de evidencia, el discurso mediático oficial, que es el de un Medio Oriente intrínsecamente violento. En mi viaje fui alojado por familias campesinas, maestros, y caminé al lado de nómadas con camellos. Siento que mi deber es contar quién es toda esa fantástica gente que los medios tratan en paquete y tildan de terroristas. Escribo en defensa de esa pluralidad, de los casos particulares, y en contra de las generalizaciones escritas por periodistas de despacho que copian y pegan noticias que encuentran en Google. Siento que el escritor viajero tiene la responsabilidad social de contrabandear las palabras de lucha en lucha, de la misma manera que una abeja lleva el polen de flor en flor. Eso significa para mí hoy la comunicación.

La mayoría ve el autostop como una forma de viajar insegura y poco fiable. Los que te conocemos, sabemos qué siempre viajas «a dedo». ¿Qué significa el autostop para ti?

Desde mi primer viaje a dedo en 1998, la magia del autostop, su adrenalina, se volvieron algo demasiado bello como para solo hacer un viaje de vez en cuando. Me empecé a dar cuenta de que al viajar a dedo, no solo conocía mucho más de cerca los sitios por los que transitaba al conocer más gente local, sino que además tenía lugar otro tipo de fenómeno: la puntuación involuntaria que implica un viaje a dedo permite una acrobacia constante, una comunión con el camino y una gimnasia para el alma. Cuando digo una comunión con el camino quiero decir que mientras tomar un tren o autobús es un acto irrevocable, unilateral, en el que le imponemos al camino nuestra voluntad, al viajar a dedo en cambio, escuchamos al camino, interactuamos con él cuando se presentan variantes, que podemos o no tomar, cambios de planes, invitaciones a ciudades que ni siquiera conocíamos, desvíos fortuitos. De hecho, las anécdotas suelen tener lugar casi siempre en sitios totalmente laterales a los planes originales. Desde que descubrí el autostop en adelante, cada vez que he tenido un boleto en la mano me he sentido un prisionero… En sitios como India o Bolivia, donde con un euro se pueden recorrer unos 100 km, prefiero igualmente el autostop.

Con respecto a la inseguridad, luego de haber recorrido 140.000 km en 12 años, tengo autoridad y evidencias para decir que es un medio de transporte tan seguro como cualquier otro. Los psicópatas no están al costado de la autopista con un hacha como en las películas de Hollywood. Nunca nadie intentó robarme ni hacerme daño en ninguno de los 46 paises que he cruzado con esta modalidad. Por el contrario, si nos remitimos a la estadística, los accidentes mortales en los autobuses tienen mucha mayor frecuencia. El ritmo de vida urbano puede causar más muertes por stress o cáncer de lo que muchos están dispuestos a admitir. Uno no puede tener control sobre la vida y la muerte. Como lamentablemente aprendimos después del 11-M, la muerte acecha en todas partes por igual.

En cuanto a la fiabilidad, depende de cómo lo veas. La gente que utiliza el transporte público depende de horarios y combinaciones. Llegan a un lugar un lunes y no se van hasta el miércoles porque el tren sale los miércoles. El autostop te hace independiente. Si quiero irme de una ciudad, extiendo el pulgar y en media hora estoy afuera. En los países en desarrollo, donde los buses y trenes tienen retrasos y desperfectos mecánicos constantes, viajar en autostop es más rápido. Sinceramente, viajar en autobús en India o Centroamérica me parece una tortura. Prefiero esperar 10 minutos al costado del camino y viajar en un auto con aire acondicionado de un hindú de clase alta que además habla buen inglés y me puede explicar detalles sobre su cultura. Finalmente, el autostop te da la independencia total, libera todas las rutas y destinos al margen de que exista una red de transporte público disponible.

La gente que puede permitirse viajar, suele hacerlo por unos días, no más de dos semanas, lo más lejos posible. ¿Qué cambios te gustaría ver en la forma en que viaja la gente?

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Mochila busca auto

Es entendible que viajen por dos semanas, pues ese es el tiempo de vacaciones promedio. Las vacaciones son una experiencia pasiva. La gente viaja para que le sirvan, para recibir hospitalidad comprada con tarjeta de crédito, y sin sobresaltos. Lo hacen en busca de un clima favorable, y no con la intención de experimentar una cultura diferente con el mismo nivel de confort que los locales. No me parece del todo exacto utilizar el verbo viajar para etiquetar estas conductas. Pero en definitiva, creo que cada uno debe viajar de la manera en que le satisface.

Ahora bien, aquellos que viajan realmente, que se toman dos o tres meses, o un año, para recorrer un continente, también pueden llegar a incurrir a veces en automatismos, y resbalan por toboganes invisibles, como diría Cortázar. Yo les recomendaría menos hostels, porque allí solo conocen a otros gringos con ideas y situaciones similares a la suyas, y un poco más de Couchsurfing o Hospitality Club. Un error lamentable que uno observa hoy en día es que pocos viajeros viajan con un mapa de rutas. No saben donde están, ni cuales son las opciones de movimiento desde cada sitio. Sólo saben que el autobús hacia el sitio aconsejado por Lonely Planet sale a las 18:00…

Viajar está cada vez más al alcance del habitante promedio de los países que mencionas, quizás porque además de la posibilidad económica también hay herramientas brindadoras de certezas. Con un clic, uno sabe la temperatura actual en Bombay o Caracas. Con otro clic, uno lee 101 consejos para optimizar la visita a Machu Pichu. Se viaja, es verdad, pero no deja de trasladarse la mentalidad, el mindset sedentario a una fugaz experiencia itinerante. Se necesitan, como cuando uno no viaja, certezas. Por eso a la hora de seleccionar las escalas, el mochilero moderno no deja de recalar en esos sitios donde la postal está garantizada. Muy pocos se permiten la exploración, el margen de incertidumbre y sinceramente muchos se aburren. Por eso los ves tirados en sus hostels mirando películas en el DVD. Me da la impresión que no pueden disociar el fetiche del destino de las posibilidades del destino. Es decir, van a Machu Pichu a ver las ruinas, lo que me parece bien. Pero luego no demuestran interés frente a la complejidad de la situación del campesinado peruano actual. ¿En qué medida es entonces genuino su interés en la cultura? La actual movida mochilera contemporánea difícilmente obedece a razones más elevadas que la egoísta necesidad de ocio de una generación económicamente favorecida.

¡Feliz viaje chicos!

¡Feliz viaje chicos!

Sigue a Juan y a Laura en el blog Acróbata del camino

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