Por qué no fui a Disneylandia (Dean MacCannell)

 En Noticias
Cuando tenía dieciocho o diecinueve años e incluso a partir de los veinte pasé varias veces por Dysneylandia, recorriendo las autopistas del condado de Orange, en el sur de California, pero nunca me paré. Sabía que aquel era el lugar de peregrinaje del fundamentalismo capitalista, la Meca de Mickey, y que los niños enfermos terminales muchas veces expresaban su deseo de visitar Disneylandia antes de morir, como «último deseo». A los diecinueve años, ésa me pareció razón suficiente para no ir, pero había aún más razones personales para mi resistencia. En aquella época, que era un gran aficionado al montañismo, y pasaba por Disneylandia la mayoría de las veces de camino para reunirme con otros montañistas en el sur de la Sierra. Desde mi privilegiada tribuna móvil de la autopista, lo único que veía del parque era la enorme reproducción de escayola de Matterhorn que sobresalía por encima de las verjas. Cada vez que veía la montaña de pega, me acordaba de los cuatro alpinistas que perecieron en la expedición de Whymper, al romperse su cierda cuando regresaban del primer ascenso con éxito a la cima del Matterhorn verdadero en 1865. En mi cabeza, relacionaba Disneylandia con la muerte, y el Matterhorn de mentira me recordaba las grotescas «máscaras funerarias» de escayola que había visto en los museos. En aquella época, no tenía ningún sentido para mí que alguien quisiera hacer una máscara funeraria de la naturaleza.


Disneylandia también es el palacio de las pequeñas deidades animales hiperreales del celuloide: ni muertas, ni vivas tampoco. Mickey Mouse y sus amigos son una repetición evidente de la mitología india norteamericana, pero en el parque temático, los animales aparecen como inversión virtual de las míticas figuras indias. En Disneylandia son inocentes, estúpidas y divertidas, no obstinadas, astutas e instructivas. Los rasgos temáticos son los mismos para la búsqueda de los espíritus indios y la visita turística a Dineylandia: ambos implican un viaje sagrado a un objetivo lejano para obtener unas palabras preciosas de un espíritu animal protector. Sin embargo, la libido, la energía y la riqueza fluyen en la dirección opuesta en Disneylandia, no se inyectan en los jóvenes como una clase de poderes enpeciales, sino que provienen de los jóvenes y se dirigen hacia el parque como una clase de lugar especial. Como centro pseudoreligioso, Disneylandia guarda una semejanza demasiado fuerte con otros lugares similares antes de su creación: se construyó sobre una negación violenta o supresión de creencias religiosas de las personas que habían ocupado previamente ese mismo lugar.
En 1960, en mi versión de segundo año de carrera del materialismo dialéctico, «interpretaba» Disneylandia como una supresión y, a la vez, como una falsa excusa para el fracaso de la sociedad que la rodeaba. Si las autopistas del sur de California sufren atascos continuos, el monorraíl de Disneylandia funciona con una precisión perfecta. Si los habitantes de las comunidades vecinas están condenados a vivir de sus propios desperdicios, «Main Street USA», la Calle Mayor de Disneylandia, está impecable. Si la sociedad se ha vuelto violenta, en Disneylandia reina la paz. Si la sociedad se ha vuelto demasiado comercial y materialista, en Disneylandia se puede comprar con «dólares Disney» de descuento. Si California parece no tener centro ni razón de ser, Disneylandia al menos atrae como centro, como lugar real, o destino. En definitiva, la razón de ser de Disneylandia estriba en «demostrar» que la realidad social capitalista es una especie de accidente raro que no debería relacionarse con las relaciones políticas y económicas reales: el corazón del sistema es puro y bueno.
En 1981, pasé cinco meses en el condado de Orange realizando trabajo de campo etnográfico. Visité Disneylandia en una ocasión, sobre todo para ver la «Fuente Musical» del Hotel Disneylandia, porque según mis interlocutores de las comunidades vecinas, la población «local» era la atracción con la que más habían disfrutado.

Dean MacCannell
Comentario autobiográfico: por qué no fui a Disneylandia (81-82)
Fragmento del libro Lugares de encuentros vacíos (2007, Melusina).
Ultimas entradas
Contactanos

We're not around right now. But you can send us an email and we'll get back to you, asap.

Not readable? Change text. captcha txt
0

Introduce tu búsqueda y pulsa Enter para buscar