Barcelona: primero en turismo
«El turismo es la forma privilegiada de la guerra» Marc Augé
«El barrio no se vende, el barrio se defiende» o mejor podríamos decir que el barrio -cuando ya se lo han vendido- atrinchera en los espacios que le quedan y comienza una lucha agónica y contradictoria en sí y contra sí mismo. Se bate entre la mentalidad a corto plazo y los ingresos rápidos frente a la destrucción de los espacios vitales de quienes allí habitan. La batalla se da entre quien vive en estos barrios y quien saca beneficio pero vive en otros; y se ve claramente quien va perdiendo. 7,5 millones de turistas en el 2014, Barcelona una población de 1,7 millones. Pon un turista en tu salón y convive con él y con todas sus consecuencias. Después de años de «bonanza» turística, el aumento del flujo de visitantes se ha expandido literalmente hasta el comedor de nuestras casas.
El turismo es una de las caras más evidentes del capitalismo, de sus efectos rápidos y destructivos, competitividad en estado puro. Calles que son escaparates, escaparates que venden lo mismo aquí que en Berlín, sartenes y nachos, cerveza y viagra … dinero rápido en boca de todos con costos muy altos en el cabo de pocos y que se verán a no tan largo plazo. Bajo la excusa de la crisis se fueron amordazando las bocas de aquellas que defendían el uso del espacio público como algo colectivo frente a la práctica privatizadora del capitalismo. Movimientos que se sublevan, ya ni siquiera furiosos sino desengañados, cuando se dan cuenta de que la panacea del turismo sigue siendo el maná de unos pocos y el hambre -presente y futura- de muchos otros. Aquellas personas que con su día día le han dar una personalidad en el barrio han visto expulsadas de él en el tiempo del beneficio rápido sin haber podido disfrutar de las supuestas mieles de la modernización. El turismo es otra de las herramientas del capitalismo para supeditar el uso del espacio público al beneficio rápido mercantilizando aquellas características de sus habitantes que pueden ser vendidas: la vida en la calle se transforma en consumo las terrazas, en paseos turísticos. Producto que pasa de mano en mano, turistamercaderia, habitantmercaderia … Y mientras tanto, con sus insistentes discursos basados en el crecimiento y el progreso, nos conminan «a los diez millones de turistas!». Políticas diseñadas para aquellos que nunca vivirán en los barrios afectados, promoción de puestos de trabajo en permanente competición con los de otros lugares del mundo y de fondo el ya demasiado conocido hilo musical que nos recuerda lo importante que es la nuestro trabajo y como de agradecidos que deberíamos estar por tener una.
El mercado turístico es tan inestable como la bolsa, depende de la mala suerte de otros lugares (tifones, guerras, enfermedades …) y de la gestión comercial de nuestros (inversiones hoteleras, campañas turísticas, ferias comerciales). El tan utilizado discurso del beneficio directo (los millones que deja una feria comercial o la pasta que los turistas gastaron en un evento musical …) obvia todos los gastos e inversiones realizadas para atraer a este sector económico. La ciudad ya no se desarrolla, se expande por medio de centros comerciales, estaciones y complejos culturales, hasta todos los rincones posibles, buscando un nuevo producto que vender, un nuevo barrio, una nueva ruta artística … Es otro sector del mercado más, tan deslocalizable como el textil. Las farolas del Paralel marcan y limitan el paseo de aquellos que llegan en los megacruceros, señalando los bordes de los lugares habitados pero que se baten en retirada frente a los lugares de paso que avanzan comiéndose las faldas de Montjuïc.
El turismo como motor económico contrapone la exaltación del espacio público como lugar de referencia, de tradición y patrimonio (sitios emblemáticos, comida, diablos, castellers, vida en la calle) reuniendo todos los tópicos y realidades en un cajón de sastre que por un lado estará reglamentado bajo alguna ley cívica y, por otro, está estandarizado para su mejor comercialización. Buen ejemplo son las Fiestas de Gracia en las que se incentiva el consumo de alcohol en la calle mientras que se prohíbe el mismo la resto del año. O el hecho de que el Ayuntamiento de Barcelona promocionen estas fiestas a nivel mundial, atrayendo un millón de visitantes, pretendiendo que este inmenso flujo de gente que bebe, baila, río y al que se ha animado a salir de fiesta, vuelva pacíficamente en sus camas a las tres de la madrugada. Al final la propia idiosincrasia se convierte en un absurdo ya que lo social y col ∙ lectivo funciona como un reclamo comercial al mismo tiempo que su uso particular se ve confinado fuera del espacio público, reservado este al uso comercial. Es en el espacio, cada vez más reducido, de lo público donde se rompe la barrera de lo íntimo y personal y se abre para ser col ∙ lectivo y compartido. Compartir reduce el consumo. La mentalidad en corto plazo, la búsqueda constante del beneficio, olvida que es el uso de lo público -el disfrute del espacio, la construcción del colectivo en lo común- lo que transforma el anodino en algo auténtico y propio. El comercio homogeneiza aún más el espacio de tránsito en el que se desarrolla el turismo, espacio tan personal como un aeropuerto. La ciudad turista no muestra la realidad del entorno cotidiano. El su mapa nos muestra un territorio en el que podemos recorrer la iconografía de una actualidad esplendorosa o un pasado glorioso. Un mapa que delimita la vida entre monumentos, líneas de transporte, terrazas y centros de ocio.
Turismo concebido como el patio de tu casa, un lugar conocido, predecible, fotografiable y acumulable, en el que no puede tener lugar ningún tipo de resistencia. Turistas que viajan para encontrar el ya conocido, que filtra lo que es característico de un lugar para consumirlo con la misma salsa con la que se comen un sándwich en su casa. Que rechaza la diversidad y exige homogeneidad, fiesta sin fin para los turistas y horarios cívicos y europeos cargados de multas para el uso cotidiano de el espacio público.
El discurso del civismo es una parte activa de todo esto, las ordenanzas de 2007 y sus sucesivas actualizaciones fueron promulgadas en muchos casos bajo el discurso de controlar los efectos de turismo masivo, aunque sus sanciones (por beber cerveza en la calle, circular en bicicleta, andar sin camiseta …) afectan principalmente a la población local y denotan su claro espíritu recaudador.
En el mismo plano se sitúan las leyes y los Planes de Usos decretados por los ayuntamientos sin contar con los habitantes de las zonas (desde la Ley de Ascensores de 2005, derogada en 2011, hasta la centralización de apartamentos turísticos en bloques pasando por la Marina Port Vell para yates de lujo) que bajo el eufemismo de la revitalización desplazan a la población original y la sustituyen por una de mayor poder adquisitivo. Y mientras se riñe a los vecinos se les exige, a su vez, que estén en la altura de la presión turística, que se adapten a los nuevos clientes, que se entreguen totalmente aunque sea a costa de sus casas. Los Planes de Usos legislan para el turismo y contra los habitantes. Los «Planes de actuación» son planes «de ampliación de los accesos comerciales» que no proporcionarán ni empleo ni mejora vital. Las microintervenciones como las de Vallcarca son bofetadas en la vida en común. La mejor manera de que no se pueda usar un espacio es haciéndolo inhabitable; y los bancos de cemento al sol, farolas como cuervos metálicos ∙ licos que no dejan descansar la mirada, los árboles plantados sobre el hormigón … saben mucho de eso.
Y ante esto, los barrios se levantan, tímidamente pero sin retroceder, frente a los efectos más sangrantes, cuando los vecinos ya no pueden dormir, cuando no pueden pagar sus alquileres, cuando sufren el acoso de los matones de las inmobiliarias … La Marca Barcelona se lo come todo y sus vecinos están a punto de ser fagocitados, porque ya no tienen lugar en ella. Marca Barcelona, marca que significa exclusión, destrucción, mercantilización … una marca que como todas las marcas debe ser un objetivo a batir.
Artículo publicado originalmente enla Metxa, publicación de la Assablea de Gràcia (Barcelona).