La turismofobia a debate
La revista española de Hosteltur para profesionales del turismo titulaba su último número ¡Cuidado con la turismofobia! que define como «rechazo social al turismo, un fenómenoque no puede ser infravalorado». El editorial critica que se dé por sentada la hospitalidad del destino y que se infravaloren los movimientos sociales «que critican de manera sistemática la actividad turística, sin poner en el otro lado de la balanza los beneficios económicos y sociales del turismo» (sic). Por último, se hace algo de autocrítica: «[es un error] creer que el territorio lo aguantará todo y que la actividad turística apenas causará impactos sobre la población local».Para esta publicación, las protestas vecinales en algunas zonas sobresaturadas -como Ciutat Vella en Barcelona- no son un síntoma de un problema social (molestias a los vecinos) sino un problema de por sí, ya que «la actitud hacia los turistas por parte de la población local es fundamental para el éxito de un destino». Se propone «organizar talleres de formación, llevar el turismo a las escuelas, incorporar a los vecinos en procesos de planificación turística, apoyárse en las nuevas tecnologías para difundir los mensajes…» ya que «negar de manera sistemática o infravalorar esta tendencia social» es un error.
En un posta, el académico Alfonso Vargas, hila más fino cuando afirma que «los residentes no se manifiestan en contra del turismo a secas, sino en contra de un determinado tipo de turismo o modelo turístico, que suele ir ligado a la masificación y a la falta de respeto a valores sociales y ambientales del entorno local».
En realidad, como sabemos, el turista como tal no es muy apreciado fuera del sector, ni siquiera por otros turistas. El profesor Donaire de la Universidad de Girona, escribe en La efervescencia de la “turismofobia” que «el turismo se considera siempre desde una de estas visiones opuestas: la paranoica, según la cual culmina el proceso de masificación, mercantilización y frivolización de la sociedad, y la utilitaria, que lo ve como un fenómeno enriquecedor». y concluye que «El turismo […] puede tener efectos demoledores sobre el espacio de acogida de la misma forma que favorecer los procesos de reactivación económica o remodelación urbana» y acaba proponiendo limitar capacidad de carga, ampliar el espacio visitable, aumentar los lugares visitables y limitar alojamientos en zonas saturadas .
En mi opinión, en este debate, brilla por su ausencia una voz que indique que sobrepasar la capacidad de carga turística afecta a la propia experiencia turística. Nadie entra a un bar lleno hasta reventar y los que están dentro, entre empujones y derrames de cerveza, estarán pensando en que la próxima vez mejor ir a otro sitio. Aún se piensa en exceso en términos de cantidad, cuando lo que nos debería preocupar es la calidad del turismo que queremos, tanto para el turista, como para el vecino y el hotelero.
En conclusión, las protestas han tenido cierto éxito y han conseguido que el sector turístico se plantee, quizá por primera vez, estas cuestiones. Se nota aún la inercia de esa creencia en el turismo como maná que trae beneficios a todo el país y la ausencia de conciencia sobre sus impactos negativos. Desde este blog, hemos dado cobertura a estos síntomas clarísimos, pero sólo para llegar a cuestión de fondo: si a la gente el turismo le trae más perjuicios que beneficios no lo apoyará, independientemente de las campañas o talleres que se hagan.