A propósito de Cannibal Tours (Dennis O’Rourke, 1987)

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Cannibal Tours, de Dennis O’Rourke, es el ultimo de sus documentales sobre los pueblos del Pacífico, después de su Yumi Yet (1976), Ileksen (1978), Yap… How Did They Know We’d Like TV? (1980), Shark Callers of Kontu (1982), Couldn’t Be Fairer (1984), y Half Life (1986). La estructura narrativa del filme no tiene nada de particular: un grupo de occidentales europeos y norteamericanos, en apariencia un poco más adinerados que los turistas occidentales «mdios», remontan el río Sepik en Papua Nueva Guinea en un lujoso buque ultramoderno y equipado con aire acondicionado, y también sis afluentes en lanchas motoras más pequeñas, deteniéndose por el camino en distintas aldeas para tomar fotografías y adquirir objetos de artesanía local. En el documental se intercalan fotos fijas etnográficas y entrevistas de los «comentaristas», tanto con los turistas como con los lugareños que tratan de responder preguntas sobre las razones del fenómeno del turismo y sus consecuencias sobre la población local. La banda sonora que suena de fondo contiene mensajes ocasionales de radio procedentes del resto del mundo, un cuarteto de cuerda de Mozart y un concierto de flauta iatmul. O’Rourke (1987) dice de su propio filme: Cannibal Tours son dos viajes: el primero es lo que se describe, turistas ricos y burgueses haciendo un crucero de lujo por el misterioso río Sepik, en las selvas de Papua Nueva Guinea… la versión comprimida de un «corazón de las tinieblas». El segundo viaje (el verdadero texto del filme) es metafísico. Es un intento de descubrir el lugar del «Otro» en la imaginación popular. El documental pone plenamente de manifiesto (y la elección de la región de Sepik lo hace aún más palpable con una precisión absoluta) que ese «Otro» primitivo ya no existe. Lo que queda del mundo primitivo son ex primitivos, pueblos culturizados perdidos recientemente en el mundo industrializado y otra clase de ex primitivos que aún se clasifican bajo la etiqueta de «primitivos», una especie de «primitivos» intérpretes.


Durante la lenta primera fase de la globalización de la cultura, el colonialismo y la industrialización, y finalmente el turismo y la modernización, la modernidad, lo moderno… durante esa fase, la energía, el impulso y la libido por la globalización de la cultura procedía de las culturas europea occidental y norteamericana. Sin embargo, actualmente, los centros más antiguos de la modernidad reclaman un rendimiento de sus inversiones, una construcción implosiva del primitivismo (y de cualquier otro «ismo») es un pastiche posmoderno que podría llamarse «globalidad».
La posmodernidad es en sí misma un síntoma de la necesidad de borrar los malos recuerdos de Auschwitz, Hiroshima y los demás genocidios sobre los que se erigió la modernidad. Por supuesto, no se puede suprimir el pasado sin negar el futuro, y de ese modo, la fuerza motora principal de la posmodernidad es detener en seco la historia, al igual que la fuerza motora principal del turismo posmoderno es descubrir lugares que parecen existir fuera de la historia: naturaleza y estado salvaje que se conservan incólumes.
Las escenas que abren Cannibal Tours presentan muy bien varias figuras posmodernas. Una voz en off del servicio mundial de Radio Moscú anuncia un concierto de rock de Paul Simon en el Auditorio Lenin. Sin embargo, la figura posmoderna por excelencia del documental es un turista alemán satisfecho de sí mismo que se acerca como cualquier otro personaje del filme a ser su protagonista principal. Graba en vídeo compulsivamente sus experiencias de viaje mientras le habla a una grabadora de mano. Su edad es ambigua: podría ser lo bastante mayor para haber combatido en la segunda guerra mundial, una hipótesis que viene avalada por su atuendo, una versión de diseño de un informe de Afrika Korps. Explica a la cámara de O’Rourke: «Sí, he estado en el Líbano, Irán, la India, Tailandia, Birmania, China, Japón, Filipinas, Indonesia, las islas del Pacífico, en Australia dos veces, una vez en Nueva Zelanda, Sudáfrica, Rodesia, toda Sudamérica…». Aparece en el documental como alguien sobre el que ha recaído una maldición bíblica para expiar los pecados (¿o acaso serían los fracasos?) del nacionalsocialismo, y también para sustituir ciertos recuerdos. Va adonde el ejército alemán no pudo ir, expresando una especie de satisfacción despreocupada cuando se encuentra con un régimen fascista: «Me gustó Chile. El año que viene América Central…». Sólo los Estados Unidos no aparecen en la relación de sus itinerarios. Le pregunta a su guía iatmul: «¿Dónde habéis matado a la gente? Aquí mismo. ¿Aquí mataron a gente? [Da unas palmaditas encima de la piedra para poner más énfasis.] Ahora necesito una fotografía de nosotros dos aquí delante de la piedra, como recuerdo».

[…]

El ideal turístico de lo «primitivo» es el de un recurso mágico que puede utilizarse sin llegar a poseerlo ni aplacarlo en realidad. Sin el turismo, lo «primitivo» ocupa una posición no muy distinta a la de la libido o la pulsión de la muerte en el psicoanálisis, o la ingenua clase trabajadora del nacionalsocialismo, que se suponía que había obtenido una clase definitiva de cumplimiento del deber con su labor por la Patria. O el sueño del físico de la superconductividad a temperatura ambiente y la fusión de sobremesa. Éstas son todas fantasías morales poscapitalistas basadas en un deseo de negar la relación entre beneficio y explotación. Finjamos que podemos conseguir algo a cambio de nada. La fábula es como sigue: el rendimiento del tour de cazadores de cabezas y caníbales consiste en hacer del turista un verdadero héroe de la alteridad. En su toma de contacto y su experiencia de lo ultraprimitivismo lo que le confiere su status. Sin embargo, esto no les ha costado nada a los primitivos; de hecho, también ellos han salido ganando. Hacerle a alguien una fotografía no les cuesta nada, no en el sentido comercial occidental, y sin embargo, la fotografía tiene un valor. La imagen no tiene valor para el primitivo, y pese a ello el turista paga por el derecho a sacar fotografías. El «primitivo» recibe algo a cambio de nada, y se beneficia más allá de ello. ¿Acaso no ocurre incluso que la fama de ciertos primitivos, e incluso el respeto por ellos, aumenta cuando el turista se lleva las fotos consigo a Occidente? A primera vista, parece la culminación perfecta hasta el momento del sueño de los economistas capitalistas de que todo el mundo se enriquezca d emanera conjunta.
Obviamente, ello es imposible. Si se ha obtenido algún beneficio es porque se ha empleado una pequeña porción de naturaleza o porque algunos individuos han trabajado para que otros puedan ganar. Basta con ver cómo las técnicas avanzadas del moderno arte de gobernar y el arte de escenificar, recientemente escenificados en uno solo, permiten que la destrucción de la naturaleza y la alienación del trabajo permanezcan ocultos a la vista. Pero ¿cómo se ocultan a la conciencia? La única forma de hacerlo es mediante la educación negativa, en concreto mediante la eliminación de un acuerdo de intercambio dentro de las relaciones de intercambio. En la relación entre los turistas y los primitivos, esta impostura transforma el territorio sin propiedad, literalmente, de los primitivos en una propiedad. El turismo ha conseguido (y ésta es su habilidad especial en la familia de las instituciones humanas) asignar valor a la propia falta de propiedad. «Mira, no ponen vallas alrededor de sus campos. ¡A eso hay que sacarle una foto!» «Trabajan sólo para su propia subsistencia. ¡Eso hay que contárselo a nuestra sociedad en exceso comercial cuando volvamos a casa».

[…]

En resumen, hay tanta complicidad mutua en la definición general de la interacción entre el turista posmoderno y el ex primitivo que el sistema casi produce el ideal económico imposible. Los primitivos intérpretes se quejan de que están explotados, pero al hacerlo se cuidan muy mucho de no desarrollar esta queja hasta el extremo de que su valor como atracción «primitiva» se va mermando. En esencia, deben aparecer como salvajes casi nobles, auténticos salvo por unas modificaciones que les han sido impuestas por otros: venden collares, no intercambian divisas. Se granjean la simpatía del turista basándose en las condiciones de su relación con el turista, y este arreglo funciona casi del todo. O’Rourke le pregunta a un joven que aparece en la cámara cómo se siente cuando le sacan una foto, y señala que mientras él (O’Rourke) toma su fotografía, una de «ellos» (una mujer turista) también ha aparecido por detrás para tomar una nueva foto: «Una de ellos te está mirando ahora». La turista toma la instantánea y, con paso torpe, se adentra de lado en la toma de O’Rourke para dar al joven algo de dinero por dejarse fotografiar. O’Rourke se limita a comentar en tono seco: «Qué duro es ganar un dólar». Podemos sentir lástima, pero sólo hasta el momento que pensamos en las condiciones laborales de un trabajador del acero en una fundición, un trabajador agrícola en los campos de California, o incluso una modelo de Manhattan a quien también pagan por sacarle fotografías, pero bajo condiciones de una demanda más exigente respecto a las cualidades interpretativas.

Fragmentos de «El canibalismo en la actualidad» en Lugares de encuentros vacíos
Dean MacCannell [2007] (1992)
Melusina

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Aquí podeis ver algunas escenas:
y aquí la película completa online:

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