Libro “Ecoanimal: Una estética plurisensorial, ecologista y animalista” de Marta Tafalla @TafallaMarta (Resumen) #DiaMundialDeLosOceanos

 En Consumo Responsable, Formación, Noticias

Marta Tafalla, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha investigado sobre muchos aspectos tales como la estética, la ética, el medioambiente y los derechos de los animales. Ha colaborado con Blogsostenible y es una militante activa en las redes sociales defendiendo la justicia y denunciando el maltrato animal. Su cuenta de Twitter es @TafallaMarta.

La apreciación estética

La apreciación estética es sobre todo una actividad mental. “Más allá del placer biológico que nos genera la percepción, existe un placer intelectual”, que nos evoca o inspira hacia otros destinos (arte, filosofía, espiritualidad…). A pesar de las dificultades, hay consenso en que la apreciación estética ha de ser desinteresada, en el sentido de que su fin último es deleitarnos y no obtener otros resultados “prácticos”; no es un medio para conseguir un fin, sino que es un fin en sí misma. La vida moderna, acelerada y contaminada, puede dificultar la contemplación serena. ¿Cuántos observan hoy las estrellas por el placer de verlas, sin prisas y sin más objetivos?

Según Schopenhauer, el egoísmo que guía a todos los seres vivos es más peligroso en los humanos (algo que está bien demostrado). Toda su filosofía es un intento de limitar el ego, y una de las vías es la estética porque la contemplación estética actúa como una pacificación del ser. Se supone que mientras apreciamos la belleza de algo no somos empujados por el egoísmo, de forma que la estética es una vía para construir una relación más ética y pacífica con todo, incluyendo la naturaleza.

Para M. Horkheimer y T.W. Adorno el miedo a ser dominado por la naturaleza, lleva al humano a intentar dominarla, de tal forma que el humano no pretende conocer el mundo sino dominarlo. Cuando nos relacionamos con lo exterior, demasiadas veces solo se piensa en la utilidad de todo y nos dicen que todo lo inútil no merece la pena. Adorno sostiene, en cambio, que si los seres humanos no saben apreciar la naturaleza tampoco sabrán protegerla, lo cual parece evidenciarse con cada desastre ambiental.

“La belleza o la fealdad no existen realmente” en los objetos, sino que son percepciones subjetivas. “En la estética no vamos a encontrar verdades absolutas”, pero eso no implica que sea algo sin importancia. Por ejemplo, “es más probable que los ciudadanos de un país decidan proteger un entorno que les parece singular y espectacular que otro que consideran aburrido o feo”. En cambio, “preservar la biodiversidad exige proteger todas las especies, tanto las que nos parecen bellas como las que no”. Esto es importante tenerlo en cuenta dado que “nuestras apreciaciones estéticas tienden a influir en nuestras decisiones sobre la defensa de la naturaleza”.

Kant impulsó la autonomía de la estética respecto de la ética. Es decir, un objeto feo no tiene que ser moralmente malvado, ni debe ser combatido y eliminado. Por otra parte, un objeto bello no tiene que ser moralmente bueno. Un ejemplo es la tauromaquia: aunque algunos ven belleza en la tortura de un animal, esa supuesta belleza no justifica éticamente el sufrimiento que causa.

Vivimos en una sociedad que es muy superficial en algunos aspectos. La valoración estética es un buen ejemplo, pues se ponen en valor muy pocos aspectos, sin profundizar. Por ejemplo, la fruta es evaluada solo por unos cuantos aspectos concretos (color, tamaño, uniformidad, brillo…) y se olvidan aspectos que son muy importantes (uso de pesticidas, herbicidas, abonos artificiales, trabajadores mal pagados…). Si valoramos la estética con profundidad, unas manzanas irregulares o con alguna mancha, pero de productores locales y ecológicos saldrán ganando a otras manzanas, pues “lo importante es entender que la belleza de las manzanas no depende solo de su aspecto, sino también de su historia”. Otro ejemplo son las frutas y verduras envueltas en plástico o en bandejas de porexpán: se venden demasiado a pesar de que sabemos los problemas del plástico y que, aunque se reciclen, reciclar no es suficiente.

Estética superficial: animales y personas como objetos

“Estilos estéticos superficiales reducen el objeto a un mero instrumento cuya utilidad consiste en adornar”. Algunos casos muy graves son las peceras y los pájaros enjaulados, donde los animales son reducidos a “meros adornos” (prestigiosos museos incluyen obras de arte con animales vivos encerrados). No parece influir en ello que sepamos que “los animales sienten placer y dolor” y que “todos los vertebrados, e incluso algunos invertebrados como los cefalópodos, son más inteligentes y emocionales de lo que la ciencia más mecanicista nos venía repitiendo desde los tiempos de Descartes”. Por tanto, “encerrar animales en espacios reducidos y condiciones artificiales, impedirles vivir sus vidas, robarles su libertad y separarlos de sus familias simplemente porque nos parecen bonitos implica reducir a los animales a un mero valor ornamental, y eso es precisamente lo contrario de una apreciación estética profunda”. “Los animales no son objetos: son historias, son redes de relaciones (…). Por eso las jaulas no solo encierran, sino que rompen vidas“. Así lo demuestra Braitman en un su libro “La elefanta que no sabía que era una elefanta“.

Hoy, a veces, la experiencia estética es algo simple y barato, un producto low-cost, aunque los animales paguen con su vida y su libertad y aunque el medioambiente se deteriore. Para Tafalla, “las experiencias estéticas profundas están mucho más allá de lo que ninguna empresa nos podrá vender jamás”.

Mención aparte merece lo femenino. Según Tafalla, la prensa tiende a centrarse en cómo las mujeres van vestidas o peinadas, más que en lo que hacen o dicen, independientemente de su cargo político o de si son artistas, científicas o empresarias. “Se recuerda diariamente a las mujeres que deben mostrarse jóvenes, delgadas, con piel lisa y perfecta, maquilladas”… y muchas de ellas “invierten gran cantidad de tiempo, dinero y preocupación en acercarse al ideal que se les prescribe en vez de dedicarse a cosas más interesantes”. Tafalla explica el caso de las farmacias, donde “los conceptos de salud y estética se mezclan de una forma peligrosa”. “Se dice a veces de nuestra sociedad que es muy estética, pero eso no es cierto en absoluto: lo que reina en nuestra civilización es la superficialidad”. La valoración estética debe hacerse con mayor profundidad y ello requiere al menos un pequeño esfuerzo.

Tenemos más de 5 sentidos: aceptar la pluralidad facilita superar el egoísmo

Descartes calificó a los animales como máquinas carentes de conciencia, incapaces incluso de sentir dolor. El error ha sido demostrado en multitud de ocasiones, especialmente con los hallazgos de Darwin, que nos situó a los humanos dentro de los animales, como uno más con características propias. Por otra parte, los sentidos de los humanos también se han clasificado en dos grupos, los ligados a actividades intelectuales (vista y oído) y los que no fueron aceptados para la estética (olfato, gusto y tacto), por representar los placeres corporales y acercarnos a los demás animales. Esos tres sentidos han sido minusvalorados con argumentos tales como que no puede crearse arte para ellos.

En el fondo, ese debate plantea cómo nos concebimos y cómo nos relacionamos con la naturaleza. El libro explica que esa dualidad en los sentidos, plantea también una dualidad con la naturaleza, que nos sitúa fuera de ella y amenazados por ella. Por tanto, tenemos que dominarla y explotarla. Si en vez de ello nos propusiéramos comprenderla, nuestra relación con la naturaleza sería “infinitamente más sencilla y fluida y a la vez más apasionante”.

El ecofeminismo ha sido muy explícito al comparar las distintas formas de dominio: la explotación de las mujeres, de la naturaleza y de los animales tienen muchas similitudes. La idea básica subyacente es que hay una jerarquía y que lo superior puede someter a lo inferior. Por tanto, la naturaleza existe para servir a nuestra especie, y “un caballo debe renunciar a su propia vida para convertirse en el sistema de transporte de un ser humano”, o bien, que una mujer debe renunciar a sus proyectos para servir a los de un hombre. “El problema es un orden metafísico jerárquico que justifica relaciones de poder y opresión”.

Decía Harari que “los monoteístas han tendido a ser mucho más fanáticos y misioneros que los politeístas”, porque los monoteístas ven una dualidad (o crees en su dios o no), mientras que los politeístas están más abiertos a creer en nuevos dioses. Para Tafalla, aceptar la pluralidad sensorial puede facilitar entender mejor la diversidad, en general, y respetar todo aquello que no es como nosotros: “no es el cuerpo lo que necesitamos superar, sino nuestro egoísmo”.

“Los científicos discuten cuántos sentidos tenemos y analizan cómo cada uno de ellos influye en los demás”. En pocos años, la relación de sentidos podría cambiar, pero lo que es seguro es que no hay solo cinco sentidos. Para empezar, el olfato puede dividirse en dos: olfato ortonasal (para oler los objetos fuera del cuerpo) y olfato retronasal (para oler la comida y bebida de la boca). El gusto se complementa con el sistema trigeminal con sensores repartidos por la cara (boca, nariz, ojos…) y que perciben sensaciones como lo picante o el frescor de la menta.

Otros sentidos sin duda importantes son el equilibrio (se encuentra en el oído y es útil para desplazarse), la propiocepción (que percibe la posición de nuestro cuerpo), la kinestesia (percibe el movimiento del cuerpo y podría ser el mismo sentido que la propiocepción), la interocepción (percibe el estado interno del cuerpo: digestión, hambre, sed, y otras necesidades fisiológicas), termocepción (sentir la temperatura), la nocicepción (sentir el dolor) y la cronocepción (sentir el paso del tiempo). Por supuesto, unos sentidos se complementan con otros para tener una comprensión más completa de la realidad. Pero a veces, unos sentidos confunden a otros. Por ejemplo, se ha demostrado que la música influye en el sabor en general y del vino en particular. También se ha demostrado que el color de una taza influye en el sabor de una bebida caliente, por ejemplo. ¿Es el sentido de la orientación otro sentido? ¿Y la empatía?

Los sentidos que están enfocados hacia nuestro propio cuerpo nos ayudan a disfrutar más de ciertas experiencias: sentir cómo nos mueven las olas, disfrutar de una caminata o de un tobogán… La interocepción nos permite sentir si un lugar nos estresa o nos tranquiliza. Por otra parte, se ha demostrado que el olfato tiene la capacidad de evocar recuerdos con gran viveza.

El olfato ha sido un sentido altamente despreciado. La autora es anósmica de nacimiento (sin sentido del olfato totalmente) y refleja su sorpresa al ver que los humanos que huelen no consideran importante el olfato, hasta que lo pierden. Entre el 15 y el 20% de la población tiene alguna pérdida olfativa (hiposmia) y entre el 2.5 y el 5% padece anosmia. Tafalla afirma: “Creo que la anosmia es el único problema de salud ante el cual la gente se permite hacer chistes desagradables sin ningún pudor”. Ella se sorprende de “la ambigüedad de las personas que disfrutan con los olores y al mismo tiempo te aseguran que no son necesarios”. “Todas las personas que he conocido que habían perdido el olfato de adultas estaban profundamente afectadas; su calidad de vida había disminuido y en algunos casos también su vitalidad y alegría”, llegando incluso a la depresión. “Al desaparecer el olfato, desaparecen a la vez un estímulo para comer, una buena guía para cocinar y el principal responsable del sabor de la comida”. No tener olfato es un gran problema para algunas profesiones, como las de la alimentación (cocinar, enología…), la perfumería, bomberos, trabajar con sustancias peligrosas…

Según Tafalla, “la anosmia empobrece la apreciación de la belleza y la fealdad”, además de ser un problema de salud. No poder oler un bosque, el mar, o algo en descomposición resta información y genera distinta valoración. El olfato influye en la cronocepción y sin olfato los entornos parecen más estables, porque el olfato percibe algunos cambios que otros sentidos no pueden. Pero cuando un sentido nos falla, haremos bien en centrarnos en todos los demás.

Apreciar la naturaleza

“Los elementos naturales no han sido creados por nosotros ni para nosotros”, dice Tafalla. A veces se usan palabras que esconden preocupantes realidades. Por ejemplo, el concepto de Antropoceno puede alimentar el narcisismo humano de especie superior, ocultando que el impacto sobre el planeta es muy perjudicial. También se usa la expresión sexta extinción, que recalca que hubo antes otras, pero la actual es la primera causada por el hombre y podría bien llamarse exterminio global o ecocidio, igual que el cambio climático debería llamarse catástrofe climática.

Se están descubriendo grandes cosas sobre las capacidades cognitivas de los animales, pero para Tafalla lo más sorprendente es que hayamos tardado tanto en hacer ese tipo de estudios. Lo cual resalta el antropocentrismo del ser humano. Nos cuesta retirarnos a los márgenes y asumir una actitud humilde permitiendo que la vida se desarrolle y que la diversidad se abra paso. Tenemos que “dejar de concebir la naturaleza como una fuente de recursos y redescubrirla como una red de vida” y “entender que ningún ecosistema ni ninguna especie existen para servirnos a nosotros, sino para sí mismos”. Esa actitud no implica la inactividad sino tener una actitud activa para compensar los daños que recibe la naturaleza: instalar pasos de fauna en carreteras, cajas nido, hoteles para bichos, limpiar montes, recuperar ríos, atender a animales salvajes heridos, favorecer la biodiversidad urbana, renunciar a insecticidas y herbicidas…

Resulta sorprendente que la estética de la naturaleza tenga una historia tan breve. Nació en el siglo XVIII, pero no fue hasta el siglo XX cuando Adorno y Hepburn le dieron el estatus de disciplina académica. Esto es importante porque ayuda a dar valor a la naturaleza. Si no educamos en conocer la naturaleza en su entorno, difícilmente se comprenderá la catástrofe ecológica ni se luchará para evitarla. Para apreciar un entorno no basta el aspecto visual (eso está en una simple foto), sino que hay que aprender a valorar otras cualidades sensoriales, a sentirse dentro del entorno, a olerlo y recorrerlo, entendiendo que la naturaleza no está ahí para nosotros, sino que es un lugar donde viven muchos organismos y que nosotros solo somos uno más. Si nos desconectamos de la naturaleza “nos convertimos en animales de granja”. El concepto de estética ecoanimal resalta la necesidad de prestar atención a los animales de esos entornos. Por ejemplo, los cetáceos no usan mucho la vista porque bajo el mar la luz no profundiza mucho y el oído para ellos es esencial. Se ha constatado que los focos de ruido (sónar de barcos, prospecciones…) les afectan, llegando incluso a provocar que queden varados en las playas. “Si seres inteligentes de otro planeta observaran el nuestro con el sentido del oído, no quedarían maravillados por nuestra poesía y nuestra música, sino ensordecidos por nuestra contaminación acústica“. Tantos tipos de contaminación es lo que lleva a Tafalla a concluir que “estamos arrasando el paraíso”.

“La publicidad emplea sistemáticamente paisajes naturales como decorados y animales como ornamentos para vender cualquier tipo de producto”. Por ejemplo, “tal estética superficial es uno de los factores responsables del tremendo daño que causa el turismo masivo” que, tantas veces acaba “dañando la misma naturaleza cuya imagen idílica se ofrecía como reclamo”. Tallafa se pregunta ¿qué turista mirará detrás del decorado para ver si el viaje o la estancia daña la biosfera?

Por supuesto, el lenguaje humano es más rico que el de los animales pero nuestras conversaciones son demasiadas veces absurdas: la vulgaridad y la banalidad son frecuentes y para ello basta ver la televisión, YouTube o las redes sociales. Ciertamente, muchas de nuestras conversaciones son para expresar afecto o compañía, y lo de menos es el tema del que se hable. Ante esos casos, Tafalla se pregunta ¿qué cambiaría si sustituyéramos esas charlas por sonidos como los animales?

A grandes rasgos, la gente suele estar orgullosa de lo que la humanidad ha hecho gracias a la “inteligencia”. Se dice que somos violentos, generamos guerras y cometemos genocidios, pero que nos salvamos por gente como Shakespeare, Cervantes, Miguel Ángel, Mozart o Beethoven. “No importa cuánto daño causemos, seguimos enamorados de nosotros mismos”. Para Tafalla hay tres razones por las que podemos cuestionar la capacidad artística o estética del ser humano en general:

  1. Primero, la naturaleza es arrasada, y eso demuestra que solo apreciamos lo que nosotros creamos, o bien, que no valoramos la naturaleza.
  2. En segundo lugar, el ser humano también destruye su propio arte cuando no encaja con sus gustos o cuando el arte critica a los poderosos.
  3. Por último, buena parte del arte, al igual que la filosofía o la ciencia, “ha servido para legitimar una civilización radicalmente injusta”. En todas las épocas ha habido gente que ha luchado contra las injusticias de todo tipo (esclavitud, racismo, machismo, homofobia, especismo…), pero sus obras no tuvieron la misma repercusión que las obras de los más sumisos. “Un caso paradigmático es la manera como el mundo del arte ha vetado tradicionalmente la creación artística realizada por mujeres” o por artistas de culturas no occidentales. Para Tafalla, es necesario y urgente “dejar de mirarnos tanto el ombligo de nuestras creaciones” y “practicar la humildad”. “Apreciar la belleza natural exige precisamente renunciar a dominar y poseer”. Por eso, la caza es un acto principalmente destructivo, acaba con el placer de observar el animal, se roba una vida y se reduce “la riqueza estética de ese animal” y, de hecho, de todo el planeta.

Cuando se denuncian los desastres ambientales, la gente percibe que las soluciones empeorarían su calidad de vida (dejar de viajar en avión, comer menos carne u otras soluciones que proponen científicos y ecologistas). “No se trata de ser más infelices, sino de redefinir la felicidad”. La filósofa Carmen Velayos cree que sería más motivador hacer discursos más positivos que propongan estilos de vida y de felicidad alternativas a los dominantes.

Apreciar a los demás animales

No cabe duda de que los animales han fascinado a la humanidad desde siempre. Sin embargo, Tafalla opina que “dada la superficialidad que impregna la civilización en la que vivimos, su apreciación suele ser bastante banal”. Y ella justifica su afirmación porque “no se los aprecia como aquello que son, sino como aquello que nuestra civilización desearía que fueran”, y normalmente desearían que fueran menos complejos. O sea, se simplifica a los animales y se ignoran sus capacidades cognitivas, emocionales, comunicativas, así cómo la de sentir dolor y placer, y tener memoria y deseos. En síntesis, la humanidad hace sufrir a los animales para “ser obligados a entregarnos su cuerpo, su tiempo y sus energías para servir a nuestros fines”.

Los animales son “reducidos a un valor instrumental”, como comida, como diversión, como medio de transporte, como cosas para hacer experimentos… y como “instrumentalización estética”. Por ejemplo, se encarcela a los animales porque son bonitos. Es el caso de peces en los acuarios, de pájaros enjaulados o de animales en los zoológicos. Todo eso genera también comercio ilegal de especies y se les mata para convertir a los animales, o parte de ellos, en meros adornos (cabezas de ciervo disecadas para colgarlas en la pared, manos de gorilas como ceniceros…). Aquí también entran las colecciones de mariposas u otros insectos, los abrigos de piel y los zapatos de cuero. También se abusa de la imagen simplificada de los animales, “representaciones insustanciales, que no hacen más que justificar la opresión”. Otro ejemplo: “Los toreros llevan siglos matando toros, pero son incapaces de ver al toro como lo que realmente es”.

El caballo aparece en multitud de representaciones artísticas usado exclusivamente como pedestal de un humano, como seres doblegados a hacer lo que quiera el amo. Sin duda, “ese tipo de arte contribuye a normalizar su uso, como si cargar con humanos y sus mercancías fuera la razón de ser de esta especie”. Los caballos están en sus establos encerrados, hasta que el humano los necesita para su propio beneficio. ¿No deberíamos eliminar ya la equitación como deporte, olímpico o no?

A los humanos les gustan tanto los animales que les hacen daño. Como también decía Laurel Braitman, zoos, acuarios, circos, laboratorios y granjas son cárceles que enloquecen a los animales. Según Tafalla, “mutilan la identidad de los animales para convertirlos en objetos de exhibición”. Los zoos dicen que su tarea es la conservación pero es falso, porque “la única manera de conservar realmente a las especies es conservarlas en sus ecosistemas; y por ello los zoos no pueden cumplir una función real en la conservación”. En los zoos los animales no muestran su conducta natural, y una jaula o una zona enrejada no puede educar en el valor de la libertad. Tafalla se asombra de que la gente esté dispuesta a pagar su entrada del zoo, pero luego se quejan cuando hay fauna salvaje cerca de su casa, aunque no suponga ningún peligro.

“La misma especie humana que inunda los mares de plástico” y contaminación, se queja a menudo de que las deposiciones de los pájaros sobre el asfalto ensucian. La naturaleza no ensucia cuando el hombre no la agrede. “El problema es asfaltar. Eso no significa que debamos renunciar al asfalto (…). Pero sí significa que debemos tener en cuenta los pros y contras de emplearlo”. Otro ejemplo: tenemos que diseñar nuestras carreteras sabiendo los flujos de fauna y poniendo puentes para fauna para que las carreteras no corten el paso de los animales y se eviten así accidentes. Tafalla añade que “ni siquiera nos detenemos a averiguar el daño que provocamos” (véanse aquí unos datos muy preocupantes). Se culpa a los animales de esos accidentes cuando ellos son las víctimas que más sufren.

Otro caso son los ríos, que se encauzan con hormigón, cortando su acceso a otros animales y eliminando hábitats de gran biodiversidad. Aún hay mucha gente que piensa erróneamente que el agua de los ríos se tira al mar. Los ríos, como los animales, no nos pertenecen a nosotros, sino que “son la fuente de vida de la que dependen todos los habitantes de cada ecosistema”.

A veces, se acusa a la fauna salvaje de ser demasiado numerosa (demasiadas palomas, demasiados jabalíes que se meten en las ciudades…), pero la auténtica realidad es que hay “demasiados humanos” que hemos cazado en exceso a los depredadores naturales. Una de las cosas más sensatas que podemos hacer por el bien del planeta es reducir el número de humanos (lo dice la ciencia). “El arma fundamental para lograr reducir nuestra superpoblación sería, sencillamente, que todas las niñas y mujeres del planeta tuvieran acceso a una educación pública y gratuita de calidad”. Esa es la base del “ecofeminismo“.

Tafalla nos revela las contradicciones de nuestra sociedad. Nos gustan los delfines pero los encerramos en acuarios sin interesarnos en que “la existencia de un delfín en cautividad es absolutamente miserable”. También “resulta paradójico que tanta gente salga al campo a ver fauna y que al mismo tiempo se niegue a mirar a esos millones de animales maltratados que buscan desesperadamente nuestra respuesta”.

La sociedad favorece la explotación animal

Existen multitud de estudios científicos sobre los animales de granja: cómo engordarlos, qué hacer para disminuir costes en su penosa vida, etc. En cambio, hay muy pocos estudios sobre su inteligencia, sus emociones, su memoria o sus relaciones sociales. Conocer estos últimos aspectos de los animales “va contra los intereses de la industria”. “Lo que persiguen la mayoría de los estudios no es conocer a los cerdos por sí mismos, sino saber cómo explotarlos de la manera más eficaz”. Tafalla sugiere que en los estudios universitarios se incluya formación en ética filosófica.

Los seres humanos emplean la selección artificial para convertir a los animales en máquinas que satisfagan sus deseos (pollos que crezcan más rápido aunque se les partan las patas o vacas que produzcan más leche aunque sufran dolores). Lo mismo se aplica a las razas de perros, seleccionados durante miles de años para ser dóciles y dependientes, lo cual los hace muy vulnerables y, a veces, enfermizos (ciertas razas padecen enfermedades concretas por culpa de haber propiciado ciertos caracteres propios de esa raza). Los perros son animales sin libertad: tienen que adaptarse a nuestra comida, horarios y costumbres, teniendo que controlar hasta la orina y la caca para adaptarse a los deseos del “dueño”.

Tafalla se revela contra la creencia popular de que nuestra sociedad ama a los perros. Es cierto que no los maltrata sistemáticamente como a cerdos, pollos, toros o vacas, pero si nuestra sociedad amara a los perros no habría tantas perreras y refugios llenos de perros maltratados y abandonados. La diferencia con los demás animales domésticos, es que los perros tienen el rol de acompañarnos, de darnos afecto y de ayudarnos. Y para ello tienen que renunciar a sus propias familias biológicas, a pesar de ser animales sociales. Los criadores de perros tienen hembras dedicadas a parir una camada tras otra y les impiden cuidar y mimar a sus cachorros. “La mayoría de perros no pueden crecer con sus padres y hermanos”.

Tafalla se muestra partidaria de la esterilización de perros, ante el problema del abandono masivo de animales, pero “si tenemos que esterilizar a los perros es porque la forma de vida que les hemos impuesto es irracional”. Es evidente que la relación con los perros es asimétrica: “los perros nos dan mucho más de lo que les damos a ellos”, pues son animales subyugados y sin libertad. Si a nuestra sociedad le gustan los perros es porque “nos convierten en el centro de sus vidas. Son fieles incluso si los tratamos mal”. Algo similar puede decirse de otras especies, como los caballos: admirados por su belleza, pero relegados a ser tratados como esclavos. “La mayoría de caballos no pueden formar sus propias familias, criar a sus hijos a su modo, verlos crecer y hacerse adultos”.

La autora examina también la aberración de la caza por cuanto acaba con una vida e impide que se pueda seguir admirando en libertad: “Cazar es la renuncia al diálogo para imponer el monólogo”.

Por otra parte, nuestra sociedad es muy reacia a reconocer las capacidades estéticas de los animales, aunque las ballenas jorobadas o yubartas cantan bellas melodías con gran complejidad y variabilidad. También encontramos pájaros cantores, tejedores, bailarines o alfareros que crean arte o artesanía que otros miembros de su especie son capaces de apreciar.

Los humanos que representan animales en su arte suelen hacerlo de forma simplificada, ignorando su complejidad intrínseca. Marta Tafalla resalta el trabajo de algunos artistas por su labor de denuncia contra el maltrato animal: El Roto, Paco Catalán, Ruth Montiel Arias, Verónica Perales… En particular, esta última y otros artistas han denunciado el abuso de la imagen de los animales como marcas de empresas u otras instituciones, mientras los animales reales se extinguen. La denuncia resalta que no hay interés real en los animales, sino en la simplificación que nos gustaría que fueran.

Por otra parte, en el cine se usan animales salvajes que son amaestrados y obligados a actuar, lo cual es una forma de maltrato. El colmo es cuando se hace para una película que pretende denunciar el maltrato animal. El libro estudia varios casos negativos y positivos. Entre estos últimos destacan El faro de las orcas, que usa grabaciones de orcas salvajes, o bien, orcas virtuales, y White God, una película en la que se usan muchos perros procedentes de centros de acogida a los que se les buscó adopción tras el rodaje.

La conclusión es muy evidente: “esta civilización se sostiene sobre el sufrimiento sistemático de millones de animales” y “la ganadería es una de las principales causas del exterminio global de vida salvaje, además de ser altamente contaminante y una de las causas fundamentales de la catástrofe climática”. No basta con tratar mejor a los animales, sino que lo urgente es dejar de dominarlos, “reducir nuestra población, decrecer, dejar de ocupar tanto espacio y de malgastar tantos recursos“.

Land art respetando la naturaleza

Land art es un tipo de arte con obras que se crean en medio de un entorno natural con el objetivo de llevar el arte a la naturaleza. Son obras que no pueden ser mercantilizadas. Se crean en bosques o desiertos y luego se abandonan para que la naturaleza las haga suyas. Eso no significa que los artistas sean respetuosos con la naturaleza, pues hay artistas que siguen viendo a la naturaleza como algo que está a su disposición para su arte. En cambio, hay algunas obras humildes y austeras en las que está, para Tafalla, “el germen de una actitud que no concibe a la naturaleza como un instrumento estético, sino que invita a contemplarla por sí misma”.

Sun Tunnels de Nancy Holt, Land Art en el desierto de UtahLa autora enumera y explica unas cuantas obras artísticas que invitan a apreciar la naturaleza de manera profunda y que actúan como miradores multisensoriales. Algunas de estas obras son Sun Tunnels de Nancy Holt, o la serie Silueta de Ana Mendieta.

Richard Long. A line made by walking England 1967Mención especial merece el arte efímero de Richard Long. Sus obras de arte consisten simplemente en caminar y en las huellas que deja por los lugares que recorre. Son obras que se integran tan bien en el entorno que puede costar distinguirlas. No causan daño a la naturaleza sino que invitan a observarla. No le gusta revelar el lugar exacto para no convertirlas en atracciones turísticas. “Long nos invita a situarnos en los límites del cuerpo y hallar nuestra velocidad en la rapidez de nuestros pasos”.

La obra artística de bajo impacto ambiental de Hamish FultonPor su parte, Hamish Fulton es un artista aún más radical, más ecologista y con una actitud más reverencial hacia la naturaleza. Fulton no crea ninguna obra en los entornos que recorre. Su obras son fotografías del camino o pinturas murales simples que evocan sus viajes. A veces, se acompañan de textos breves que imaginamos que tienen más poder evocador sobre el artista que sobre el observador. Invitamos al lector a pasearse por la cuenta de Instagram de Blogsostenible, donde muchas fotos siguen el estilo de Fulton. Este artista también ha fotografiado perros atropellados como medio de denuncia de la ingente cantidad de animales que mueren sin sentido por culpa del ser humano. La contradicción de Fulton estriba en que para realizar sus caminatas en lugares remotos se desplaza en avión y él mismo ha reconocido lo contaminante que es este medio.

Jardines humanos y divinos

Un jardín es un trozo de naturaleza que consideramos más seguro. Nos convertimos en cuidadores de las plantas, a cambio de belleza, comida, plantas medicinales… Un jardín no es un cultivo industrial ni es para poner la naturaleza a nuestro servicio exclusivamente. Por eso un exceso de rigidez no es recomendable. La espontaneidad de la naturaleza también debe ser aceptada porque, además, eso es fuente de profundas experiencias estéticas. Por ejemplo, no deberíamos aislar los jardines del resto del entorno, pues la fragmentación es uno de los grandes problemas que causamos a la naturaleza. Por eso, Tafalla recomienda dejar huecos en los muros de los jardines, para que los animales puedan atravesarlos y visitarnos. Los jardines deben ser lugares accesibles para todas las personas y también para la fauna libre. Hay ideas básicas para hacer nuestros parques y jardines más ecológicos. Por otra parte, Tafalla ensalza los jardines y huertos comunitarios por su contribución al diálogo entre vecinos y a crear lazos de ayuda mutua, como se está demostrando cada vez en más ciudades.

En la Biblia se habla del Jardín del Edén, el cual puede tener múltiples interpretaciones, pero Tafalla comenta dos de ellas muy curiosas. Por una parte, ese jardín puede ser una evocación de la naturaleza salvaje como nuestro verdadero hogar. Lo que nos expulsó de esa naturaleza fue haber comenzado a dominarla con la agricultura y la ganadería. Algo similar opina Harari cuando dice que la agricultura supuso el mayor fraude de la Historia. Por otra parte, el Jardín del Edén podría ser un intento de explicar los orígenes de la violencia natural. Cuando Dios crea a Adán y Eva, les ofrece como alimentos hierbas y frutos, pero no animales. El Génesis dice que todos los animales tendrán por comida los vegetales que la tierra produce (Gen. 1, 28-31). Este mito parece indicar que todas las criaturas convivían pacíficamente hasta que el humano pecó. El profeta Isaías describe un futuro idílico donde la justicia y la paz gobernarán para los humanos y para toda la naturaleza (Isaías 11, 1-9). Todo esto nos recuerda las dos interpretaciones de otro jardín, El Jardín de las Delicias de El Bosco.

En todo caso, la Biblia no muestra respeto por la naturaleza, ni en el antiguo ni en el nuevo testamento (por ejemplo, se ensalza el sacrificio de animales para adorar a Dios, en el diluvio universal Dios mató a millones de animales inocentes por culpa del pecado del hombre, Jesús secó una higuera y ahogó a unos cerdos al introducir el demonio en ellos…). Finalmente, Tafalla resalta que en el cielo cristiano habrá poca biodiversidad pues solo estarán Dios, los ángeles y algunos humanos. Por eso, el relato bíblico puede servir perfectamente de justificación para la extinción de especies, ya que ellas no estarán en el cielo (aunque la visión de El Bosco podría ser diferente). Tafalla sentencia que “la promesa del cielo cristiano es una de las ideas que más daño han hecho en la historia de la humanidad”. Ese cielo sería como un monocultivo de la moderna agricultura intensiva: eficaz pero muy destructivo. Tafalla añade que, por fortuna, “hay cristianismos marginales y contestatarios que buscan reencuentros con el mundo natural”. La encíclica Laudato Si del Papa Francisco es un paso en esa dirección.

Tafalla también reflexiona sobre las mal llamadas “malas hierbas” (plantas ruderales). Se llaman así porque estorban para algunos humanos y se las elimina con herbicidas, pero esas plantas seguramente habitaban ese terreno antes que los humanos, están bien adaptadas y mantienen complejas relaciones con otros seres vivos. Por eso y por mucho más, Tafalla concluye que “ninguna planta merece ser llamada «mala hierba» (…). Si la dejamos crecer, descubriremos que la mayoría de esas plantas son tan interesantes como preciosas”, además de aportar ventajas a la fauna local. Ante tantas agresiones ambientales, Tafalla opina que una buena compensación sería favorecer los jardines de plantas autóctonas y empezar a ver las plantas con otros ojos. Por ejemplo, no viendo las hojas como basura. Quitar las hojas del suelo “priva a los árboles de su alimento, interrumpe los ciclos naturales y supone un gasto absurdo de energía”.

El libro aprovecha para criticar el negocio de los árboles de Navidad, que reduce seres vivos a meros adornos temporales, para luego tirarlos, lo cual “no es más que desprecio por la vida y la belleza”. Tafalla se pregunta: “¿No sería más razonable adornar como árbol de Navidad una planta que podamos cuidar?”.

Para el cuidado de los jardines se propone no usar pesticidas porque “lo que llamamos «plagas» son el resultado de los desequilibrios que nosotros mismos provocamos”. También propone renunciar al uso de aparatos a motor (por el ruido y por el gasto energético). Este libro es también una protesta del maltrato a los árboles en las ciudades (podas excesivas, mala elección de especies…). Para Marta Tafalla la belleza de los árboles está en todos sus matices, hasta cuando sus raíces rompen el asfalto, pero concluye que “protestar es más fácil que observar, aprender y apreciar”.

La ética y la estética de la comida

Al final del libro, la autora detalla cómo la percepción del sabor está influida por multitud de factores (colores de la comida y de los recipientes, olores, música, entorno… y también el gusto) y sugiere que hubiera sido imposible la creación de tantas tradiciones culinarias si no tuviéramos el sentido del olfato.

Pero para apreciar la comida de forma profunda hay que valorar aspectos que nuestra sociedad suele pasar por alto, desde el empaquetado hasta la publicidad o el origen y los procesos de los ingredientes. Con respecto al empaquetado, debemos resaltar el problema de los plásticos de usar y tirar o del tetrabrik (envase que no se recicla realmente), además de cómo los colores y los mensajes ocultan lo que hay en su interior. “¿Para qué van a invertir las empresas en producir alimentos de mayor calidad si basta con mejorar el aspecto del paquete?”.

La publicidad siempre muestra fiesta, juventud, salud… pero los alimentos y bebidas a veces suponen todo lo contrario y eso, la publicidad lo esconde. “De la misma manera en que el final de una novela no se entiende sin haber leído la novela completa, tampoco se entiende esa sopa sin conocer su historia. Una experiencia estética profunda exige conocimiento y necesitamos saber cómo se ha elaborado ese alimento que nos estamos llevando a la boca”. Como hemos resaltado en este blog, es muy importante conocer el origen y destino de todo lo que usamos (tanto de los productos como de sus envases).

“La mayoría de los alimentos precocinados llevan colorantes y aromas artificiales”, por no hablar de los excesivos transportes, que contaminan el planeta “para que podamos consumir frutas fuera de temporada”.

Vivimos en una sociedad en la que las empresas engañan a los consumidores y en la que estos últimos se dejan engañar con facilidad. Un ejemplo es el salmón de piscifactoría que debido a su alimentación artificial no posee el color salmón característico. En cambio, cada piscifactoría decide el tono exacto que desea añadiendo colorantes a la alimentación de los animales. Los clientes valoran el producto por el color, pero jamás preguntan por las condiciones en las que han vivido los peces o si hay antibióticos en los músculos. ¿Deja la gente de comprar salmón cuando se enteran que están comiendo antibióticos y colorantes en animales maltratados?

“Comer animales puede generar experiencias estéticas positivas tan solo si nos mantenemos a un nivel superficial”, porque “si las personas ven cómo son criados los animales, si observan su día a día, si averiguan cómo son maltratados (…) se les despertarán dudas que les pueden conducir finalmente a asumir una dieta vegana“. Las empresas cárnicas temen eso tanto que esconden todo lo posible las condiciones reales en las que viven los animales, para tranquilizar la conciencia del ingenuo comprador que, además, suele estar deseando ser engañado en este aspecto. “El cinismo de esos empresarios encaja a la perfección con la superficialidad de un público deseoso de que le eviten plantearse problemas”.

Tras investigar el problema con profundidad, Tafalla llega a una conclusión muy clara: “No es posible comer animales sin que haya dolor”. Esta investigadora se extraña de que haya gente que convive con su perro, que lo reconoce como un sujeto individual, pero en cambio, se comen otros mamíferos “que sufren igual que sufriría su perro”. Además, “aves y peces no son tan distintos” y hasta se sabe que los pulpos o las langostas sufren. De hecho, hay países que han prohibido hacer sufrir a las langostas. La producción de lácteos y de huevos también conlleva sufrimiento (incluso aunque sean productos ecológicos). Con respecto a los lácteos, el libro comenta el caso de una pareja que intentó crear una granja de vacas de producción ecológica, hasta que descubrió que “es imposible producir leche sin dolor”.

“Reducir un animal a sabor es un caso clarísimo de estética superficial y trivial”. Pero no es solo el sufrimiento lo único preocupante de comer carne: “Una dieta basada en productos animales es ecológicamente mucho más costosa, porque requiere más tierra, más agua y más energía, que una dieta vegana”. Por tanto, comer menos carne beneficia a los animales, al planeta y a todos los seres humanos, pero el camino hacia una alimentación vegetariana o vegana es un viaje personal y, ante cualquier problema es posible que haya algo que no estemos haciendo bien y lo recomendable es consultar con un nutricionista.

“Tenemos el deber moral de intentar reducir al mínimo el daño que causamos”, por lo que aunque se decida no ser vegetariano, “lo que resulta fundamental es alejarse por completo de la producción industrial, que es extremadamente cruel con los animales y devastadora para la naturaleza”. También ayuda el cultivar algunos de nuestros alimentos, lo cual es muy sencillo y forma parte de las cinco cosas muy sencillas que están mejorando mucho el mundo.

Concluyendo

“La apreciación estética de la naturaleza se basa en admirar aquello que nosotros no somos ni tampoco podemos crear”. Esta estética ecoanimal “es un antídoto eficaz contra el antropocentrismo, contra nuestra creencia de que somos superiores y nuestros peligrosos proyectos de dominio”.

Tafalla se pregunta si podríamos reunir en un programa de estudios lo necesario para “comprender la naturaleza y los animales y aprender a convivir con ellos”. Harían falta unir ciencias y “humanidades” pero, a estas últimas sugiere cambiarles el nombre para que no sean tan antropocéntricas. Los problemas ambientales a los que nos enfrentamos requieren un cambio de rumbo urgente. “La estética ecoanimal puede ayudarnos en ese proceso, porque, al enseñarnos a apreciar la naturaleza y los animales, nos revelará la gravedad del ecocidio.

Te puede interesar:

__________________________________
Contenido publicado orginalmente en: https://blogsostenible.wordpress.com/2019/06/08/libro-ecoanimal-estetica-plurisensorial-ecoanimalista-marta-tafalla-resumen/

Ultimas entradas
Contactanos

We're not around right now. But you can send us an email and we'll get back to you, asap.

Not readable? Change text. captcha txt
0

Introduce tu búsqueda y pulsa Enter para buscar