David Harvey y el capitalismo colectivo-simbólico en la comercialización turística de ciudades.

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Extracto de la entrevista publicada en Diagonal, el 15 de marzo de 2013. 
Enlace:  “No hay nada malo en tener un huerto comunitario, pero debemos preocuparnos de los comunes a gran escala”

En el capítulo 4, “El arte de la renta”, mencionas que “las
escuelas de arte fueron fuentes del debate político, pero su
pacificación y profesionalización posteriores han disminuido seriamente
la política de agitación”. ¿Puedes hablar sobre el carácter especial de
la producción y reproducción cultural? Además, ¿puedes formular este
concepto de “renta monopolista”? ¿Cómo se ha ayudado a este proceso
desde lo que llamas el “empresariado urbano”? Denominas a estos procesos
la “disneyficación” de la sociedad y la cultura. ¿Qué es el capitalismo
colectivo-simbólico? Mencionas la industria del turismo, pero también
el márketing de ciudades específicas, sentimientos culturales y la
“comercialización de las ciudades”. ¿Puedes hablar de estas dinámicas?

Mi interés en esto proviene de una contradicción muy simple: se
supone que vivimos bajo el capitalismo, y se supone que el capitalismo
es competitivo, por lo que sería de esperar que a los capitalistas y empresarios les gustara la competencia.
Bueno, resulta que los capitalistas hacen todo lo que pueden para
evitar la competencia. Aman los monopolios. Así, cada vez que pueden, intentan crear un producto que sea monopolizable, que, en otras palabras, sea “único”.
Por ejemplo, tomemos el logo de Nike, que es un ejemplo perfecto de los
capitalistas extrayendo un precio monopolista de un logo particular
porque tiene unido todo ese bagaje de lo que significa, lo que
representa, y cómo debería la gente interactuar con él. Una zapatilla
igual, que cuesta mucho menos dinero, puede venderse mucho más barato
simplemente porque no tiene el logo. Por lo tanto, la fijación de
precios monopolista es terriblemente importante. Encontrarás muchos
lugares en los que ésta es un componente crucial de cómo funcionan los
mercados. En ese capítulo menciono el comercio de vino, el cual me
intriga mucho. La gente intenta extraer renta monopolista porque este
viñedo tiene suelos especiales o una localización geográfica especial.
Por tanto, crea un vino “añejo” único, que sabe mejor que nada en el
mundo, excepto que no lo hace.

Hay un gran interés en intentar adquirir renta monopolista
asegurándote de que tu producto es comercializado como único y muy, muy,
muy especial. Entonces, al nivel de la ciudad, esto significa que las ciudades intentan “comercializarse” a sí mismas.
Hay toda una historia, en particular durante los últimos 30-40 años, en
la que las ciudades tratan de comercializarse y vender un trozo de su
historia. ¿Cuál es la imagen de una ciudad? ¿Es atractiva para los
turistas? ¿Está de moda? Así se venderá una ciudad. Encontrarás ciudades
que tienen gran reputación como Barcelona o Nueva York. Una de las
maneras en las que puedes reforzar la singularidad de una ciudad es
vender algo relacionado con la historia de la ciudad, que sea muy
específico, porque no puedes aprovechar el paralelo histórico en otro
sitio. Por ejemplo, vas a Atenas por la Acrópolis, o a Roma por las
ruinas antiguas. Empiezas a vender la historia de una ciudad como única y
rentable. Por otro lado, si no tienes una historia especial,
simplemente te inventas algunas historias. Hay muchas ciudades con
historias inventadas en el mundo de hoy. Entonces, le dices a la gente
que la cultura del sitio es muy especial. Ya sabes, cosas como estilos
únicos de comida, o bailes, cobran mucha importancia. Tienes que promover la “vida callejera” como única, no existe ningún otro sitio como ése y todo ese tipo de cosas.

El márketing de los aspectos culturales e históricos de una ciudad es
actualmente un componente crucial del proceso económico. Algunas
ciudades simplemente se inventan una cultura única. Por ejemplo, algunas
ciudades usarán la “arquitectura de firma”. Por ejemplo, no
había mucha gente que conociera la ciudad de Bilbao hasta que el Museo
Guggenheim se convirtió en el foco de un estilo concreto de arquitectura
.
Podemos mirar a Sydney (Australia) y su Casa de la Ópera, que es lo
primero que la gente reconoce cuando ve una foto de la ciudad, y podemos
ver cuánta importancia ha tenido. De esta forma, la misma arquitectura
se queda atrapada en el márketing y comercialización de una ciudad.
Incluso las escenas pictóricas y musicales se convierten en aspectos
relevantes de la cultura para después venderlas –ciudades como Austin
(Texas) se convierten en “escenas musicales”. Además, tienes sitios como
Nashville, etc. Las ciudades empiezan a usar la producción cultural
como una forma de vender su ciudad como única y especial. Por supuesto, el problema con esto es que gran parte de la cultura es muy fácil de copiar.
La singularidad comienza a desaparecer. Entonces tenemos lo que llamo
la “disneyficación” de la sociedad. En Europa, por ejemplo, ves como
todo se “disneyfica”, pese a que muchas ciudades tienen historias
culturales/históricas serias.

Fuente de la foto: El Punt Avui.
A algunas personas, a mí por ejemplo, esto nos repugna
extremadamente. Es otra “Disneyficación” más de la historia europea y
simplemente no quiero que me molesten más con esto. Ésta es la
contradicción: vendes una ciudad como única, pero a través del márketing
la ciudad se puede copiar. De hecho, los simulacros de la historia se
hacen tan importante como la historia misma. Hay una tensión buscando
renta monopolista, ganándola durante un pequeño rato y después
perdiéndola ante los simulacros. Esto cobra importancia. Esto también crea una situación en la que los productores culturales adquieren mucha importancia.
Fui a vivir a Baltimore en 1969 y había unos tres museos. ¡Ahora hay
cerca de 30! Esto se convierte en la forma en la que vendes la ciudad.
Sin embargo, repito, si todas las ciudades tienen 30 museos, te puedes
olvidar de tener una ventaja monopolista. Ya no importa realmente si
estoy en Baltimore, Pittsburgh o Detroit: todo se convierte en una
experiencia copiada. Comienzan a perder su poder monopolista.
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