Autonomía y Bienvivir: Las Claves de la Sostenibilidad
Nuestra sociedad ha sido incapaz de cumplir los sueños de nuestros abuelos y bisabuelos. Así por ejemplo, en 1848 el economista clásico John Stuart Mill lamentaba que sus colegas (que en aquella época se definían como “economistas políticos”) fuesen incapaces de apreciar el estado de la humanidad, definido como estacionario, en el que se deja de acrecentar la riqueza y se dedica a disfrutar de ella. En palabras de Mill:
“No puedo considerar el estado estacionario del capital y la riqueza con la sincera aversión tan generalmente manifestada hacia ella por los economistas políticos de la vieja escuela. Me inclino a creer que sería, en conjunto, una mejora muy considerable en nuestra condición actual. Confieso que no estoy encantado con el ideal de vida sostenido por aquellos que piensan que el estado normal de los seres humanos es el de luchar por seguir adelante; Que el pisotear, aplastar, dar codazos y perseguir al otro, que forman el tipo de vida social existente, son la suerte más deseable de la especie humana, o solo los síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial”
Siglo y medio después, las condiciones señaladas por Mill perduran, pero quizás de forma todavía más contradictoria en medio de una gran abundancia material. La riqueza más opulenta sigue conviviendo con la miseria, especialmente en los países en vías en desarrollo, pero también en los países desarrollados, con el drama de los desahucios, los que comen de la caridad o simplemente los desempleados. Muchos de los que gozan de cierto desahogo económico no por ello son felices, ya que necesitan continuar con el “pisotear, aplastar, dar codazos y perseguir al otro”. Lo muestran las estadísticas de suicidios, trastornos mentales o el consumo de fármacos para aliviar la depresión o la ansiedad.
Esta situación es un despropósito mayúsculo ¿Tiene sentido seguir aumentando la producción, y por tanto de forma ineludible los residuos y el agotamiento de recursos (como combustibles fósiles con una elevada tasa de retorno energético, minerales o ecosistemas) mientras parte de la población continúa careciendo de condiciones materiales básicas, y los que disponen de ellas no son felices?
Algunos continúan negando la relación entre el deterioro medioambiental y nuestro bienestar, especialmente porque es posible vivir por encima de nuestras posibilidades durante un cierto periodo de tiempo. Es como si una persona que dispusiese de ciertos ahorros viviese de ellos en lugar de vivir de las rentas que producen. Es evidente que con el tiempo agotaría sus ahorros. A lo largo de la historia disponemos de varios ejemplos de civilizaciones que han “agotado su capital”. Autores como Jared Diamond, Joseph Tainter y Ronald Wright han popularizado el concepto de “colapso civilizatorio”. Parece que llegamos al final de la expansión: nuestra obligación es aprender de la historia y evitar que ello tenga repercusiones graves sobre los seres humanos.
Pensamos que no tiene sentido continuar con el modelo actual, pero ¿cómo salir de este atolladero? Decidimos dar un paso más allá y no apelar simplemente a la igualdad y a la sostenibilidad, sino pensar en las condiciones que harían posible una sociedad más equitativa y menos dañina con la biosfera.
Estas condiciones son la autonomía y el bienvivir. El bienvivir surge como esa condición de equilibrio dinámico entre el individuo, la sociedad y la biosfera, en la que el individuo rechaza el narcisismo solipsista propio de nuestra civilización, para reconocer su interdependencia con la sociedad y el entorno biofísico, autolimitarse y asumir el cuidado de ambos para garantizar su existencia y su felicidad. Como diría el ex presidente de Uruguay Pepe Mujica, no es un elogio de la pobreza, sino de la sobriedad. Sobriedad para ser felices, porque una vez cubiertas las necesidades fisiológicas básicas o de seguridad, el resto no depende prácticamente de los bienes materiales, pues son necesidades de afecto, entendimiento, participación, etc., que no pueden ser cubiertas por el sistema de producción industrial, aunque este sí puede crear pseudosatisfactores, convencernos de que tal o cual producto cubrirá una necesidad inmaterial de afecto o identidad, incitarnos al consumo y dejarnos finalmente frustrados e insatisfechos, con grave deterioro de nuestro bienestar.
Para poder alcanzar la conformidad con nuestra condición material necesitamos ser autónomos, decidir sobre nuestro tiempo y nuestras acciones con la seguridad de no poder ser excluidos. Imagine que puede decidir que cuatro horas de trabajo son suficientes para alcanzar el nivel de renta que le satisface, sin miedo a perder su trabajo y verse privado de las condiciones necesarias para su subsistencia e integración social: eso es precisamente ser autónomo. La autonomía está evidentemente relacionada con el bienvivir: el último es condición necesaria de la primera, como diversas tradiciones filosóficas han puesto de manifiesto a lo largo de la historia.
No es un alegato a favor del atraso, ni mucho menos. Creemos en la tecnología y en su potencial para emancipar al ser humano, si bien creemos que no es automático: no toda tecnología es un avance o contribuye a la autonomía. Debemos diferenciar entre tecnologías útiles y tecnologías que nos restan autonomía, las cuales debemos rechazar.
La autonomía y el bienvivir son nuestros principios, los valores que creemos serán esenciales en el siglo XXI si nuestra civilización quiere permanecer, y si queremos que el ser humano sea espectador inteligente que se maraville ante la belleza de la vida. Para lograr que nuestra sociedad se rija por esos principios planteamos nuestro “Programa para una gran transformación“, un conjunto de medidas que se podrían tomar desde un gobierno favorable a una transición hacia una sociedad sostenible. Quizás el problema no son tanto las medidas a tomar sino el ser conscientes de que son necesarias. Para mostrar esto imaginamos una sociedad sostenible regida por los principios de la autonomía y el bienvivir: “una modesta utopía” que, como todas ellas, nos sirve más de guía para el camino, que de imagen estática y fija de la sociedad que deseamos alcanzar.
Sin duda estamos lejos de alcanzar nuestro objetivo. Todavía los partidarios del crecimiento económico como principio supremo que rija nuestra sociedad siguen siendo mayoría a pesar de las evidencias en su contra que no les impiden obviar el problema fundamental de la dimensión de la economía en relación a la naturaleza y la sociedad. Nicholas Georgescu-Roegen lo denominó la Economía del Jardín del Edén, porque ignora los principios de la termodinámica. Es la economía vista como un flujo aislado que opera como una maquina de movimiento perpetuo tal como se representa, sin sonrojo, en los libros de texto de economía.
Lo que planteamos no es absolutamente novedoso. Entre otros, el economista Ernst Friedrich Schumacher lo vio claro. No decimos nada nuevo, pero lo decimos con mayor urgencia. Al no tener el apoyo de los principales medios de comunicación, en manos de los beneficiarios del actual estado de las cosas, estas ideas requieren mucha colaboración para que lleguen a ser generalmente aceptadas por la sociedad. Quienes buscamos un cambio en este sentido tenemos la responsabilidad de exponerlas, difundirlas y cuestionar las creencias que lo impiden. Si nuestro proyecto te parece interesante no dudes en contactar con nosotros.
⇒Información adicional:
Libro “La BioEconomía de Georgescu-Roegen” por Óscar Carpintero (Resumen).
Dos Erres URGENTES: Renta básica y Reducción de la jornada laboral.
Trabajo a Tiempo Parcial y Austeridad Voluntaria: Algo básico en Economía Sostenible.
Libro “Vivir (bien) con Menos” de Linz, Riechmann y Sempere (Resumen).
Todos somos ecologistas… pero hay que demostrarlo, por Pepe Galindo.
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Hemos querido hacernos eco de este artículo, originalmente publicado en: https://blogsostenible.wordpress.com/