Viajar a otras culturas es descubrir y no imponer: ¿Es el turismo una forma de colonialismo?
Por Jose Vicente Esteve de www.plantarte.net
La generación en la que me incluyo, la de los treinta y tantos, está viviendo momentos de incertidumbre. Muchos de los valores, ideales y sueños que nos inculcaron, se desmoronan por momentos. Pero, obviamente, somos afortunados por el lugar donde hemos nacido, comparado con millones de personas que viven en lugares exageradamente hostiles o sufren carencias básicas. Por otro lado, también somos afortunados por la época en la que nos ha tocado vivir, con avances que nos permiten una vida más sencilla (o más compleja, según queramos verlo) y que nuestros abuelos jamas hubiesen osado imaginar. Pero esos avances también nos han abierto la puerta a un sinfín de posibilidades, como la capacidad de alcanzar cualquier rincón del planeta en apenas unas horas. Y ese es un privilegio (y una responsabilidad) que, en ocasiones, no valoramos.
Hace apenas treinta años los ordenadores no tenían la capacidad que tienen los que disfrutamos ahora. La red Internet se estaba fraguando y por aquel entonces era inconcebible para la mayoría de los mortales. Así, que alguien conectase un portátil o un teléfono móvil a una red para visitar páginas de vuelos, comparadores de precios, aplicaciones de alerta o reservas instantáneas de alojamiento en cualquier ciudad o pueblo del mundo era impensable. Y aún si hubiésemos gozado de este arsenal tecnológico, tampoco existían las compañías de vuelos baratos, low cost, pues solo había grandes compañías aéreas que no fletaban aviones a destinos lejanos con tanta regularidad como ahora, ni tan económicos.
Es decir, en apenas tres décadas, la capacidad del ser humano para llegar al otro rincón del planeta se ha extendido demasiado, pero ese privilegio respecto a generaciones anteriores, nos abre un abanico de posibilidades para descubrir e integrarnos en la cultura de lejanos países. Nos otorga un derecho, el de poder conocer cada rincón del planeta. Así debería concebirse esta posibilidad para cualquier ser humano: como un derecho a conocer cualquier lugar de nuestro planeta. Porque por encima de banderas, religiones o fronteras, existe un hogar común para nuestra especie: nuestro planeta. Y para entenderlo, deberíamos conocer cada región, cada continente, cada cultura, como los barrios de la ciudad en la que residimos.
Pero este derecho, como cualquier otro, lleva implícita una gran responsabilidad: el respeto hacia el lugar que visitamos (además de considerar la contaminación de nuestro viaje, como el medio de transporte…). Hablamos del mismo respeto que pedimos cuando un turista viene al país o ciudad donde vivimos. Pedimos respeto para que nuestros bienes y valores, materiales e inmateriales se disfruten, se descubran, se comprendan y se respeten. La duda que subyace es ¿somos los occidentales igual de respetuosos con los valores, tradiciones, cultura y ecosistema, allá donde viajamos?
Un turismo poco ético
Creo que después de haber viajado por cuatro continentes, por regiones del norte de África, América o Asia durante muchos meses, la respuesta es desalentadora. El turismo occidental es, en su mayor parte, un turismo insostenible y colonizador. Especialmente en aquellos lugares que, hace treinta años, nadie conocía más allá de los mapas. Y, a este paso, los que van a dejar de conocerlos serán sus propios lugareños, adaptados cada vez más a nuestras demandas y peticiones para satisfacer nuestras necesidades materiales en paraísos donde esas necesidades carecen de sentido. La población autóctona sucumbe a los encantos del dinero, de los bienes materiales que el sistema capitalista occidental les ha descubierto. Y las consecuencias de la occidentalización de esos paraísos (hasta hace bien poco), son y van a ser muy, muy nefastas (véase el caso de Tailandia, Maldivas e Indonesia que documenta Klein en su libro).
Viajar a otros países y descubrir culturas y costumbres diferentes debe ser enriquecedor (despertar nuestros sentidos, permitirnos ser más tolerantes y, al mismo tiempo, más humildes…). Viajar nos descubre que nuestra pequeña burbuja, ese espacio que habitamos, es minúsculo en la inmensidad del mundo. Nos permite sentirnos como parte de un todo, de una especie, la humana, que habita un pedacito de roca flotante en el universo. Eso siempre deja un poso más constructivo que destructivo. Viajar es enfrentarse a la comprensión de la realidad del mundo. Viajar puede ser relajarse en una hamaca con una cerveza o experimentar, integrarse y conocer. Viajar puede ser hacer un tour guiado por donde pasa todo el mundo mientras comes pizza, o perderse por las calles de una aldea y descubrir un plato local en un puesto callejero…
En cualquier caso, es la curiosidad la que nos da ese impulso para salir de nuestro espacio de confort y ampliar nuestra concepción de la realidad. Viajar derrumba la ignorancia, la incomprensión y el miedo a lo desconocido, a lo de “fuera”, a lo que nos resulta extraño. Y cuando conseguimos entenderlo, entonces crecemos como persona y evoluciona nuestra conciencia. Pero ojo, ante todo el viajero debe viajar sin filtros y sin prejuicios, debe conocer sin juzgar y descubrir sin alterar. Y me temo que, en muchas ocasiones, queremos las comodidades de casa a miles de kilómetros de distancia. Queremos que nuestros hábitos, nuestras costumbres, nuestra comida o nuestros horarios sean los mismos que en nuestro espacio de confort, pero en el otro rincón del mundo. Y ahí perdemos el norte…
Una forma diferente de comprender el mundo…
Plantarte.net es, además de un blog, un compendio de vivencias, de conocimientos y de propuesta de estilos de vida. Pero también un espacio de denuncia de lo que, a nuestro entender, nos aleja de una vida plena y armónica, para con nosotros y para con nuestro ecosistema planetario.
Puede que en Occidente estemos acostumbrados a vivir bajo el yugo de las prisas, el consumismo y el materialismo. Cuando viajamos deberíamos entender que existen otros valores con los que podríamos asentar un futuro más esperanzador para nuestra especie y mejorar nuestra relación con el hogar en el que vivimos: el planeta Tierra.
Por todo ello, viajar fomenta el mestizaje de costumbres y culturas que habitan nuestro mundo. La aportación enriquecedora de cada sociedad, cultura o tradición puede dar con la fórmula magistral que nos lleve a un estilo de vida ético, armónico y respetuoso con nuestro planeta y con nosotros mismos. La receta mágica puede ser una pizca de la alimentación de aquí y allá, un sistema educativo híbrido entre aquella y esta región, o una economía basada en aquellos lejanos lugares con algunos principios mercantilistas de acá.
Un ejemplo más concreto: la medicina ayurvédica de la India o la medicina tradicional china cuentan, cada vez más, con mayor respeto y curiosidad en occidente. Quizá por viajeros que han comprobado la eficacia de estos antiquísimos sistemas curativos.
¿Ampliamos nuestros horizontes o reducimos los suyos?
Hablábamos, al principio de este artículo, de nuestra responsabilidad como turistas o viajeros, y que es triste comprobar que no estamos a la altura. Son los viajeros quienes desvirtúan o corrompen las costumbres de muchos países, fomentando en ellos, y entre sus habitantes, el consumismo, la competitividad y el estrés. Se convierte su hogar y sus costumbres en un circo. Entre mis experiencias viajeras he podido observar punto por punto estas afirmaciones. Por ejemplo, en un país tan humilde y con una historia tan dura como Laos, sentí cierta decepción al contemplar como algunas ciudades y pueblos se han convertido en algo así como un parque de atracciones para turistas con alto poder adquisitivo. Gran cantidad de actividades se orientan a un turismo de despropósitos, consistente, por ejemplo, en montar a lomos de indefensos elefantes, sobrevolar la ciudad en ala delta a motor, lanzarse por el rio Meckong con un gran flotador y hasta arriba de cerveza, o alterar ecosistemas poblando pequeñas islas paradisíacas donde la costa empieza a ser absorbida por complejos de cabañas y bungalows para turistas de lujo.
Nosotros nos planteamos incluso dónde van a parar todos los residuos que generamos en rincones donde sus sistemas de evacuación de residuos no están preparados para un turismo tan voraz e invasivo. Y entonces vemos reflejados el dólar en las pupilas de muchos empresarios locales, y la tristeza de algunos nativos por dejar de ser lo que fueron para ser los sirvientes de los turistas. En una pequeña isla del sur de Camboya, un joven nativo nos contaba que, en solo siete años, pasaron de ser 15 hostales a casi 240. Que hace siete años no había luz eléctrica. Y que hace solo cuatro, no tenían conexión a Internet. Y ahora tienen todo lo que nosotros necesitamos, pero sobre todo para que lo use el turista. No entendemos si el viajero desea descubrir la cultura, los valores y las tradiciones del pueblo que visita, o si pretende que ese pueblo se adapte a lo que nos gusta hacer en “casa” pero a miles de kilómetros de distancia.
Lamentablemente, los ciudadanos y ciudadanas locales ven en ese tipo de turismo una oportunidad. Una forma de lucrarse a costa del dinero occidental. Es este el motivo principal de perdida de identidad y costumbres de esos pueblos. “Si no les gusta la comida autóctona les hacemos pizzas y hamburguesas” pensarán los lugareños. “Si no entienden nuestra música o nuestra danza les ponemos música comercial de la MTV”. Pero, ¿qué pasa con quienes queremos conocer su auténtica realidad? Pues que nos echamos las manos a la cabeza y nos preguntamos: ¿qué está pasando aquí?
Rutas alternativas para descubrir el mundo
Por suerte, siempre tenemos la oportunidad de desviarnos de la ruta turística. Siempre podemos perdernos por pequeñas aldeas o islas minúsculas donde el tiempo se paró hace 500 años y comprender que existen otras formas de vida para millones de personas. Podemos descubrir que existen rincones del mundo que no viven bajo los sistemas médicos (ni medicinas) occidentales. Y, curiosamente, enferman menos o se curan igual sin intoxicar tanto su cuerpo. Existen comunidades que se alimentan solo con lo que les proporciona la tierra, y sociedades donde no saben qué es la tele pero saben mejor cómo funciona el mundo. Y si todo eso te lo quieres llevar a casa en la mochila, piensas que seguro te toca pagar por exceso de equipaje.
Somos conscientes de que, casi cualquier tipo de turismo acarrea una serie de contradicciones, por más que tratemos de ser sostenibles y respetuosos. Como por ejemplo, llegar por vía aérea, con lo que ello supone. Pensamos que un viaje de estas características, si tu vida lo permite, es para amortizarlo en tiempo: Nunca hemos viajado por menos de tres meses. Es una forma de amortizar el daño que hicimos tomando un avión. Puede no ser justificación, pero es una forma de poder sembrar conciencia en nosotros mismos y contar, como ahora, lo que allá ocurre. También existen formas de aminorar tu huella ecológica en aquellos lugares, como practicando auto-stop, hábito al que recurrimos en lugar de alquilar un vehículo privado. La coherencia absoluta es muy complicada, por lo menos para nosotros. Pero hay que tratar de acercarse lo máximo a ella. Y estos paraísos ofrecen muchas oportunidades de ser respetados. A veces, la integración con la población local nos brinda muchos recursos.
No nos gusta fomentar un turismo que cena pizzas en países donde el curry es delicioso. No queremos descubrir espectáculos que atentan contra los derechos de los animales porque al turista de turno le apetezca visitar ese templo a lomos de un elefante. No queremos que se incite a destruir costas paradisíacas a cambio de un puñado de dólares. Es como invitarles a vender su dignidad como pueblo. Tampoco queremos volar en ala delta a motor sobre las montañas de una ciudad perdida de Laos, porque contamina su espectacular entorno (acústica y químicamente), ni queremos formar parte de ese turismo imperialista, un turismo que, además, se preocupa más por la foto o selfie que “colgará” en sus redes sociales, que por descubrir cómo viven realmente los habitantes de ese pueblo que ahora le acoge. Este tipo de comportamientos fueron propios de occidente en los dos últimos siglos y lo llamamos colonialismo. Pensé que era parte del pasado, pero…
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