Libro “Sapiens, de animales a dioses: Breve historia de la humanidad” de Y.N. Harari (Resumen)
- ¿Por qué desaparecieron las demás especies de humanos?
- ¿Por qué desaparecen tantas especies allí donde llega el Homo sapiens?
- ¿Por qué llega el hombre a evolucionar así?
- ¿Domesticaron los humanos algunas especies o fue al revés?
- ¿La invención de la agricultura aumento la felicidad?
- ¿Qué es lo que nos hace felices?
- ¿Por qué la mujer ha sufrido tanta discriminación?
- ¿Cuáles son las 3 construcciones humanas que hacen que la humanidad tienda hacia la unidad universal?
- ¿Quién dirige la investigación mundial?
- ¿Hay alternativas mejores al capitalismo?
- ¿Cuándo dejaron de verse los animales de granja como criaturas que sienten dolor y angustia y empezaron a ser tratados como máquinas?
A estas y otras preguntas responde Yuval Noah Harari en este libro (2013). Un viaje en el tiempo que empieza así:
- Hace 13.500 millones de años ocurre el big bang, creando materia, energía, espacio y tiempo, lo cual es estudiado por la física y la química.
- Hace 3.800 millones de años, algunas moléculas se combinaron para formar estructuras que llamamos organismos, lo cual es estudiado por la biología.
- Hace 300.000 años surgen en África los primeros homínidos de nuestra especie, Homo sapiens.
- Hace 70.000 años los Homo sapiens empezaron a formar estructuras más complejas llamadas culturas, lo cual estudia la historia.
Harari resalta en la evolución del sapiens tres revoluciones:
- Revolución cognitiva (iniciada hace unos 70.000 años).
- La ofensa de Darwin.
- Los sapiens salen de África y deciden su Historia.
- Los primeros sapiens estaban mejor preparados que los actuales.
- Donde llegaban los sapiens se extinguían muchas especies.
- Revolución agrícola (iniciada hace unos 12.000 años).
- El mayor fraude de la historia.
- Otras víctimas de la revolución agrícola: los demás animales.
- ¿Quién hace la historia y quién tiene derechos naturales?
- El orden imaginado incita al consumismo.
- Escritura parcial y completa.
- No hay justicia en la historia.
- La unificación de la humanidad (la globalización)
- 1. Orden monetario: el poder del dinero.
- 2. Orden imperial: La globalización va ganando.
- 3. Orden religioso o ideológico.
- Revolución científica (iniciada hace unos 500 años).
- ¿Quien dirige la investigación mundial?
- La ciencia justificó las colonias imperiales.
- Capitalismo: otra herramienta del imperialismo.
- El crecimiento económico también necesita energía, materiales y maltratar animales.
- Una revolución permanente: La familia pierde y la paz gana.
- ¿Somos cada vez más felices? ¿Cómo podemos saberlo y serlo?
- El final de Homo sapiens.
- Epílogo: ¿Somos eternos insatisfechos que solo buscamos comodidad?
Nota: Esto es un resumen largo, pero merece la pena ser leído, aunque sea poco a poco.
1. Revolución cognitiva
Se suele decir que unos animales pertenecen a la misma especie si tienden a aparearse entre sí, dando lugar a descendientes fértiles. Esto es una simplificación inexacta por muchas cuestiones, por ejemplo, porque hay muchas especies que no se aparean. Por otra parte, se dice que unas especies pertenecen al mismo género si tienen un ancestro común del cual evolucionaron hasta convertirse en especies distintas. Los géneros se agrupan en familias, teniendo también un ancestro común entre todos los miembros de cada familia.
NOTA: El nombre científico o latino de cada especie incluye dos palabras: la primera es el género y la segunda identifica la especie concreta. Por ejemplo, el nombre científico del león es Panthera leo y todos los animales del género Panthera tienen un ancestro común (leones, panteras, jaguares, leopardos, tigres…). Tuvieron también otro ancestro común todos los animales de la familia de los felinos (gatos, linces, pumas… y los del género Panthera).
La ofensa de Darwin
Durante muchos años los humanos pensaron que ellos eran especiales y que no tenían una familia, es decir, que estaban separados del resto de especies. Pero no. Los Homo sapiens pertenecemos a la familia de los homínidos o grandes simios. Nuestros parientes vivos más próximos son de esa familia: chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes. Cuando Charles Darwin indicó que los Homo sapiens son solo una especie de animal más, sus coetáneos se sintieron ofendidos.
Aparte del sapiens, no existen otros animales vivos dentro del género Homo –de humanos–, pero en el pasado hubo otras especies de este género, las cuales evolucionaron de unos simios llamados Australopithecus. Algunos de esos humanos salieron de África y colonizaron otros continentes. Los humanos en Europa y Asia occidental evolucionaron en Homo neanderthalensis (el hombre de Neandertal, del valle de Neander). En Asia evolucionaron en Homo erectus (erguido) que sobrevivió allí cerca de dos millones de años, lo que lo convierte en la especie humana más duradera de todas y, según este autor, “es improbable que este récord sea batido incluso por nuestra propia especie”.
En la pequeña isla de Flores (actual Indonesia) quedaron también atrapados algunos humanos, que evolucionaron para adaptarse a las circunstancias. El Homo floresiensis alcanzaba una altura máxima de un metro y no pesaba más de 25 kilos. En esa isla ser pequeño era una ventaja ya que la comida no era abundante.
Así, desde hace unos 2 millones de años hasta hace unos 10.000 años, en el mundo coexistieron varias especies humanas. Todas ellas tenían unas características comunes importantes. La más notable es que todas tenían un cerebro grande en proporción a su peso. Los sapiens modernos tenemos un cerebro de unos 1200-1400 centímetros cúbicos. El cerebro de los neandertales era aún mayor, pero también su cuerpo era mayor, pues eran más altos y más musculosos. Un cerebro grande gasta mucha energía: es el 2 ó 3% del peso corporal, pero consume el 25% de la energía (en reposo). Todo indica que los humanos desviaron energía desde los músculos a las neuronas. Ese gran cerebro nos hizo perder musculatura, pues no se puede alimentar todo.
Otro rasgo singular de los humanos es su andar erecto. Ponerse de pie tiene ciertas ventajas: ver mejor de lejos, dejar los brazos libres para lanzar piedras, hacer señales o transportar cosas. La mejora en la habilidad manual permite a los humanos fabricar útiles que se encuentran en los yacimientos arqueológicos. Pero la postura erguida tiene inconvenientes y más teniendo que soportar un cráneo grande: dolor de espalda y tortícolis. Además, la postura erguida requiere caderas más estrechas, lo cual reduce en las mujeres el canal del parto. Eso, unido a bebés con cabeza cada vez mayor, hizo que el parto en los homínidos fuera doloroso y ello condujo a que los humanos nacieran prematuramente. Se hizo complicado sacar adelante a los hijos por un solo adulto, por lo que se asociaron: “Para criar a un humano hace falta una tribu”. La evolución favoreció a los que eran capaces de crear lazos sociales fuertes. Podríamos decir que en ese momento nació la educación.
Esos primeros humanos subsistían como vegetarianos, aunque con el tiempo empezaron cazando pequeños animales y comiendo carroña. Particularmente se especializaron en extraer el tuétano de los huesos de los animales abandonados, que ya no querían ni depredadores ni carroñeros. El salto a la cima de la cadena alimentaria surgió en solo los últimos 100.000 años con el auge del Homo sapiens. Los demás depredadores han llegado a esa cima de forma paulatina, por lo que presas y depredadores evolucionaron gradualmente a lo largo de millones de años. Según el autor, “la humanidad alcanzó tan rápidamente la cima que el ecosistema no tuvo tiempo de adecuarse. Además, tampoco los humanos consiguieron adaptarse (…). Sapiens es más como el dictador de una república bananera. Al haber sido hasta hace muy poco uno de los desvalidos de la sabana, estamos llenos de miedos y ansiedades acerca de nuestra posición, lo que nos hace doblemente crueles y peligrosos. Muchas calamidades históricas, desde guerras mortíferas hasta catástrofes ecológicas, han sido consecuencia de este salto demasiado apresurado”.
Hace 300.000 años, los Homo erectus, los neandertales y los sapiens usaban el fuego de manera cotidiana para iluminarse, calentarse, defenderse y cocinar. Estos humanos pudieron haber empezado a incendiar el bosque deliberadamente para recolectar animales, semillas… Por otra parte, la comida cocinada permitió comer más tipos de alimentos, dedicar menos tiempo a comer, y tener dientes más pequeños y un intestino más corto. De hecho, dado que el intestino también consume mucha energía, tener un intestino largo es casi incompatible con tener un cerebro grande. Al acortarse el intestino por el hecho de cocinar los alimentos, esto permitió accidentalmente tener un cerebro grande a neandertales y sapiens.
Los sapiens salen de África y deciden su Historia
Hace 150.000 años África oriental estaba poblada por sapiens que tenían un aspecto igual al nuestro. Cuando salieron de África se encontraron en Asia y en Europa a otras especies de homínidos, las cuales desaparecieron… ¿por qué? Hay dos teorías: Se mezclaron las distintas especies dando lugar a las razas actuales, o bien, desaparecieron todas las especies menos el sapiens. La primera teoría está casi descartada por dos motivos: a) Las pruebas de ADN rebelan que los sapiens tenemos poco de otras especies (entre el 1 y el 4% de genes de neandertal), por lo que hubo cruces, pero fueron escasos. b) “La tolerancia no es una marca de fábrica de los sapiens”. O sea, si los sapiens han efectuado matanzas ingentes contra su propia especie, no es descabellado pensar que también aniquilaran a las demás especies de humanos. También es posible que se extinguieran lentamente por diversas causas, como por ejemplo, porque los sapiens eran cazadores y recolectores más diestros.
Hace entre 70.000 y 30.000 años se inventaron barcas, lámparas de aceite, arcos y flechas, agujas de coser, arte y joyería… Aquellos sapiens “eran tan inteligentes, creativos y sensibles como nosotros”. ¿Qué generó esa revolución cognitiva? La teoría más aceptaba es que “mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del cerebro de los sapiens, lo que les permitió pensar de maneras sin precedentes y comunicarse utilizando un tipo de lenguaje totalmente nuevo”. De hecho, ese lenguaje asombrosamente flexible significó un salto importante. Algunos piensan que el lenguaje evolucionó para comunicar cosas reales, pero otros piensan que evolucionó para poder chismorrear sobre la gente de la tribu. Seguramente, fueron ambas cosas y una tercera: el lenguaje permitió transmitir información sobre cosas que no existen: leyendas, mitos, dioses y religiones pudieron así aparecer. Esto tiene una importancia capital pues habría sido muy difícil crear estados, iglesias o sistemas legales si solo pudiéramos hablar de cosas que realmente existen, como ríos, árboles o leones.
Hay muchos ejemplos de cooperación en el mundo animal, pero los sapiens pueden colaborar de forma muy flexible y con un número incontable de extraños, cosa que no se da en otros animales. La caza mejoró mucho gracias a la cooperación. Los grupos pudieron llegar hasta los 150 individuos, pues al parecer, por encima de ese número no es fácil la estabilidad, salvo que haya “mitos comunes”, creencias que unan al grupo. Por ejemplo, el autor sostiene que las empresas (o corporaciones) no existen, pues son ideas mentales. Los edificios, las máquinas o los empleados son objetos reales, pero una empresa o una “compañía de responsabilidad limitada”, es una idea que nace tras un “rito” (registrarla según los trámites legales). Y esa creencia permite la cooperación de miles de personas, sin siquiera conocerse.
La capacidad de cooperación y el poder cambiar el propio comportamiento fueron decisivos en el desarrollo de los sapiens. Ningún animal puede reunirse en asamblea y “abolir el cargo del macho alfa”. En cambio el sapiens sí puede cambiar su línea de actuación y todo indica que fue a causa de “mutaciones genéticas y de presiones ambientales más que de iniciativas culturales”. Por ejemplo, el Homo erectus no sufrió alteraciones genéticas y sus útiles de piedra fueron básicamente idénticos durante dos millones de años. Además, hay indicios de que los sapiens inventaron el comercio (se han encontrado conchas o ciertas piedras valiosas en asentamientos sapiens alejados del lugar original de esas cosas y no se han encontrado ese tipo de objetos en asentamientos neandertales).
Es decir, el comportamiento de los animales es estudiado por la biología, pero a partir de la revolución cognitiva hay un animal que se salta el ámbito de estudio de la biología e inventa su historia.
Los primeros sapiens estaban mejor preparados que los actuales
Aún hoy, mantenemos muchos instintos de esos primeros sapiens: “El instinto de hartarnos de comida de alto contenido calórico está profundamente arraigado en nuestros genes (…); nuestro ADN piensa todavía que estamos en la sabana“, porque era esencial aprovechar cualquier oportunidad para comer ese tipo de comida. Su dieta tuvo que ser muy variada, alimentándose de forma flexible y oportunista. “A pesar de la imagen popular del «hombre cazador», la recolección era la principal actividad de los sapiens y les proporcionaba la mayor parte de sus calorías”. Su dieta tuvo que ser más sana y variada que la de los agricultores de la época premoderna.
Cada tribu tendría, seguramente, modos de vida y costumbres diferentes, pero no sabemos apenas nada de eso. Sabemos que algunos domesticaron perros hace unos 15.000 años e imaginamos mayor afecto con ellos que con ningún otro animal. Se sospecha que los contactos entre tribus eran esporádicas, entre otras cosas porque “antes de la revolución agrícola, la población humana de todo el planeta era más pequeña que la de Andalucía en la actualidad“.
Esos primeros sapiens tuvieron que estar bien formados e informados para vivir, “en tan buena forma como los corredores de maratón”. De hecho, “existen algunas pruebas de que el tamaño del cerebro del sapiens medio se ha reducido desde la época de los cazadores-recolectores (…). Cuando aparecieron la agricultura y la industria, la gente pudo basarse cada vez más en las habilidades de los demás para sobrevivir, y se abrieron nuevos «nichos para imbéciles». Uno podía sobrevivir y transmitir sus genes nada especiales a la siguiente generación trabajando como aguador o como obrero de una cadena de montaje”.
¿Cuántas horas trabajarían los primeros sapiens? “Los cazadores-recolectores que viven hoy en día en el más inhóspito de los hábitats (como el desierto del Kalahari) trabajan solo 35-45 horas por semana, por término medio. Cazan solo un día de cada tres y recolectar les ocupa 3-6 horas diarias”; y no tienen apenas tareas domésticas (ni alfombras o platos que limpiar, ni facturas que pagar…).
Su esperanza de vida pudo ser de 30 ó 40 años debido a la elevada mortalidad infantil, pero no sería raro que superaran los 60 años. Tuvieron que ser casi con total seguridad animistas (otorgando sensibilidad y deseos a las cosas), pero apenas hay pruebas de esa arcaica espiritualidad. En cambio, aunque escasas, sí hay pruebas de que algunos usaban códigos sociopolíticos, pues se han encontrado enterramientos que dejan clara la importancia de los difuntos. También se han encontrado indicios de violencia entre bandas, pero también pudo haber momentos para la paz.
Donde llegaban los sapiens se extinguían muchas especies
Para llegar a Australia tuvieron que surgir las primeras sociedades de navegantes. Allí encontraron animales desconocidos y “transformaron el ecosistema australiano hasta dejarlo irreconocible”. “De las 24 especies animales que pesaban más de 50 kilogramos, 23 se extinguieron” (leones marsupiales, diprotodontes, canguros gigantes…). También desaparecieron especies más pequeñas, alterando las cadenas alimentarias que tuvieron que reorganizarse. Incluso, los árboles del género Eucalyptus eran raros en Australia hace 45.000 años, pero al ser resistentes al fuego se extendieron por todas partes mientras otras plantas desaparecían con la llegada de Homo sapiens.
Lo mismo ocurrió en otros lugares. Hace 10.000 años no había mamuts en Asia salvo en algunas islas. En particular, en la isla ártica de Wrangel los mamuts desaparecieron hace unos 4.000 años, “justo cuando los primeros humanos llegaron”. De igual forma, cuando los sapiens llegaron a Nueva Zelanda hace unos 800 años, la megafauna local se extinguió en dos siglos, junto con el 60% de todas las especies de aves.
El sapiens llegó a América y en 2.000 años muchas especies se extinguieron: Norteamérica perdió 34 de sus 47 géneros de mamíferos grandes y Sudamérica perdió 50 de los 60 que había. Los felinos dientes de sable prosperaron durante más de 30 millones de años, hasta que llegó el sapiens. También se extinguieron perezosos gigantes, enormes leones, caballos, camellos, roedores gigantes, mamuts, reptiles, aves y hasta insectos (todas las especies de garrapatas de mamuts, por ejemplo).
A nivel global, en la época de la revolución cognitiva había 200 géneros de animales terrestres de más de 50 kilos. Al llegar la revolución agrícola solo quedaban unos 100. La mitad de los grandes animales desaparecieron antes de la invención de la rueda, la escritura o las herramientas de hierro.
Las causas de las extinciones pudieron ser diversas, pero todo apunta a que la causa principal es la llegada del sapiens. Y hay ejemplos más recientes. Hace solo unos 1.500 años, en Madagascar desaparecieron muchas especies precisamente cuando los primeros humanos llegaron.
La oleada de extinción llegó también a las islas del Pacífico conforme llegaban los humanos, y también a las islas del Atlántico, del Índico, del Ártico y del Mediterráneo. Pocas islas se salvaron del humano como las islas Galápagos, a las que el humano no llegó hasta el siglo XIX.
Podemos hablar de tres oleadas de extinciones masivas de especies ocasionadas por los sapiens hasta el día de hoy: la que acompañó la expansión de los cazadores-recolectores, la que acompañó a los agricultores y la que la actividad industrial está causando en la actualidad. Los grandes animales marinos, que sufrieron poco en el pasado, están siendo ahora acosados por caza y la sobrepesca, por barcos, por el plástico… Si no lo remediamos, pronto se habrán extinguido especies de ballenas, atunes, tiburones, delfines…
2. Revolución agrícola
Hace unos 10.000 años “los sapiens empezaron a dedicar casi todo su tiempo y esfuerzo a manipular la vida de unas pocas especies de animales y plantas”: sembrar, regar, cuidar, vigilar… El proceso fue muy lento y surgió en distintos lugares de forma independiente. Comenzó entre lo que ahora es Turquía e Irán (trigo y cabras en el 9000 a.C.), para continuar en China (arroz, mijo y cerdos; 7000 a.C.), Nueva Guinea (caña de azúcar y plátanos; 6000 a.C.), América central (maíz y habichuelas; 4500 a.C.), Sudamérica (patatas y llamas; 3500 a.C.), África (mijo y arroz africanos, sorgo y trigo; 3000 a.C.) y Norteamérica (calabazas; 2000 a.C.). Hoy, el 90% de las calorías que alimentan la humanidad proceden de un puñado de plantas que nuestros antepasados domesticaron hace más de 5000 años.
“La mayoría de las especies de plantas y animales no se pueden domesticar (…). Estas pocas especies vivían en lugares concretos, y en esos lugares fue donde tuvieron lugar las revoluciones agrícolas”. Por otra parte, “en la mayoría de las sociedades agrícolas, la gente se centraba en el cultivo de plantas; criar animales era una actividad secundaria”, aunque también aparecieron “tribus de pastores”.
El mayor fraude de la historia
“La revolución agrícola dejó a los agricultores con una vida generalmente más difícil y menos satisfactoria que la de los cazadores-recolectores”. Se amplió el alimento disponible, pero no se mejoró la dieta ni la calidad de vida, sino que se produjeron “explosiones demográficas y élites consentidas”. “El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor”: “La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia”.
“Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se encuentran el trigo, el arroz y la patata. Fueron estas plantas las que domesticaron al Homo sapiens, y no al revés“. Por ejemplo, el trigo se ha convertido en una de las plantas de más éxito en la historia: cubre 2.25 millones de kilómetros cuadrados, 10 veces el tamaño de Gran Bretaña. Durante generaciones, hombres y mujeres han trabajado duro para cuidar del trigo (eliminar malas hierbas, vigilar plagas, abonar…). Esqueletos antiguos ya muestran que el paso a la agricultura implicó una serie de dolencias, como discos intervertebrales luxados, artritis, hernias… y no había total seguridad alimentaria. “Los cazadores-recolectores se basaban en decenas de especies para sobrevivir, y por lo tanto podían resistir los años difíciles incluso sin almacenes de comida”. Si algo fallaba (lluvias, plagas…) los campesinos morían por miles o millones, e incluso aumentó la violencia: “en las sociedades agrícolas simples, sin marcos políticos, (…) la violencia humana era responsable de un 15% de las muertes”.
El autor aclara que las sociedades prósperas de hoy gozan de abundancia y seguridad, y “se han construido sobre los cimientos que estableció la revolución agrícola” pero “es erróneo juzgar miles de años de historia desde la perspectiva actual”.
La agricultura ofrecía ventajas pero los inconvenientes eran mayores para los individuos. En cambio, para la especie el éxito fue rotundo: el Homo sapiens comenzó a multiplicarse exponencialmente. De la misma manera que el éxito económico de una compañía se mide solo por el dinero que gana y no por la felicidad de sus empleados, el éxito evolutivo de una especie se mide por el número de copias de su ADN y no por la calidad de vida de los individuos. “Esta es la esencia de la revolución agrícola: la capacidad de mantener más gente viva en peores condiciones”.
La agricultura rompe los mecanismos de la evolución natural para controlar la procreación humana. Por ejemplo, en tiempos malos se demora la pubertad de forma natural y se reduce la fertilidad. Amamantar hasta una edad avanzada también reduce la fertilidad. La revolución agrícola permitió a las mujeres tener un hijo cada año, que se alimentaban más de cereales y menos de leche materna. En aquella época no sabían que eso debilitaría su sistema inmunitario. “La mortalidad infantil se disparó: En la mayoría de las sociedades agrícolas, al menos 1 de cada 3 niños moría antes de alcanzar los 20 años”. Los agricultores vivían cada vez peor, pero “nadie se daba cuenta de lo que ocurría. Cada generación continuó viviendo como la generación anterior, haciendo solo pequeñas mejoras” que pretendían hacer la vida más fácil, pero la suma de todas esas mejoras empeoraban la calidad de vida individual.
El plan se basaba en la creencia de que trabajar duro te permitirá tener una vida mejor. Pero la gente no previó que el número de hijos aumentaría, lo que significaba que el trigo tendría que repartirse más. Y tampoco calcularon que tendrían que hacer frente a ladrones, lo que les obligaría a construir muros, vigilar y guerrear. Tras varias generaciones “nadie recordaba que habían vivido de forma diferente” y el tamaño de la población impediría de hecho volver atrás: “el crecimiento demográfico quemó las naves de la humanidad”. El autor concluye que “la búsqueda de una vida más fácil trajo muchas privaciones”, lo cual también ocurre en la actualidad a muchos de nosotros, porque “una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones“. Ahora vivimos para trabajar para cierta empresa, para el banco de nuestra hipoteca… y todo para una supuesta calidad de vida que muchos ni siquiera disfrutan.
El autor lo resume así: “Nadie planeó la revolución agrícola. (…) Una serie de decisiones triviales [para mejorar un poco la alimentación] tuvieron el efecto acumulativo de obligar a los antiguos cazadores-recolectores a pasar sus días acarreando barreños de agua bajo un sol de justicia”.
Otras víctimas de la revolución agrícola: los demás animales
Hace 10.000 años solo había unos pocos millones de ovejas, vacas, cabras, cerdos y gallinas. En la actualidad hay más de 1.000 millones de cada una de esas especies, salvo de gallinas, de las que hay 25.000 millones. “La gallina doméstica es el ave más ampliamente extendida” de la historia (hay más que seres humanos). En cambio, este éxito evolutivo de esos animales los hace estar también “entre los animales más desdichados que jamás hayan existido”: son masivamente maltratados y sacrificados solo mirando la perspectiva económica.
La muerte les llega muy pronto. A veces se les permite vivir unos pocos años más (a gallinas ponedoras, vacas lecheras y animales de tiro), pero el precio es la subyugación a un modo de vida ajeno a sus instintos y sus deseos. Para conseguir sus objetivos, los sapiens quiebran los instintos naturales y los lazos sociales de los animales, se les quita la libertad y se les controla hasta su sexualidad. Depende de la “cultura” se les puede llegar a cortar la nariz o sacar los ojos, usar el látigo con ellos o mutilarlos de muchas formas. “Una vaca lechera vive unos 5 años antes de enviarla al matadero. Durante estos 5 años está preñada casi constantemente, y es fecundada a los 60-120 días después de parir, con el fin de preservar la máxima producción de leche. Sus terneros son separados de ella poco después de nacer”, y se les niega la leche que es legítimamente y por derecho natural suya. Las hembras se crían para ser vacas lecheras y los machos se convierten en carne rápidamente (salvo tristes excepciones). Los terneros no pueden normalmente jugar ni andar para que no se fortalezcan sus músculos y su carne sea blanda. Muchos terneros ven a otros colegas por primera vez en su camino al matadero. A los que tienen la suerte de estar con sus madres, se les pone un anillo de espinas en la nariz para que pinche a su madre al mamar y ésta lo repudie. Descubre más sobre lo que esconde el consumo de carne.
“Esta discrepancia entre éxito evolutivo y sufrimiento individual es quizá la lección más importante que podemos extraer de la revolución agrícola”. Veremos que en más ocasiones ocurre que “un aumento espectacular en el poder colectivo y en el éxito ostensible de nuestra especie va acompañado de un gran sufrimiento individual”.
¿Quién hace la historia y quién tiene derechos naturales?
“La revolución agrícola es uno de los acontecimientos más polémicos de la historia”. Están los que opinan que puso a la humanidad en el camino de la prosperidad y los que piensan que fue su perdición (y la de miles de otras especies), porque “los sapiens se desprendieron de su simbiosis íntima con la naturaleza y salieron corriendo hacia la codicia y la alienación”.
En el año 1000 a.C. existían en el mundo solo unos 5-8 millones de cazadores-recolectores nómadas. En el siglo I d.C. ya solo quedaban 1 ó 2 millones (principalmente en Australia, América y África), frente a 250 millones de agricultores.
“Los cazadores-recolectores daban poca importancia al futuro”, lo cual les ahorró “muchas angustias”. “La revolución agrícola dio al futuro mucha más importancia”, porque incluso ante una cosecha abundante que diera comida para varios meses, los agricultores tenían que trabajar para preparar la cosecha del año siguiente. La posibilidad de perder la cosecha hacía que se viesen obligados a producir más para acumular reservas, pero “los campesinos casi nunca consiguieron la seguridad económica futura”, pues si no se perdían sus cosechas, “surgían gobernantes y élites, que vivían a costa de los excedentes de alimentos de los campesinos” (reyes, funcionarios, soldados, sacerdotes, artistas, pensadores…). La historia es algo que ha hecho muy poca gente mientras que todos los demás cultivaban.
Aunque haya comida para todos, eso no garantiza que se pongan de acuerdo en cómo dividir la tierra y el agua. La mayor parte de las guerras no fueron causadas por falta de alimentos (desde la caída de Roma, hasta la guerra de Yugoslavia, pasando por la Revolución Francesa). “Los pocos milenios que separan la revolución agrícola de la aparición de ciudades, reinos e imperios no fueron suficientes para permitir la evolución de un instinto de cooperación en masa”.
En todos los imperios hubo cooperación, pero “no siempre era voluntaria y rara vez fue igualitaria”. Muchas obras romanas o las pirámides fueron construidas por esclavos, por ejemplo. Por otra parte, esos imperios requieren “mitos comunes” como se ha dicho más arriba. ¿Cómo pueden los mitos sustentar imperios? Básicamente, cuando una mayoría cree en algo, eso les hace cooperar. Así, creer en la justicia, en los derechos humanos, en una religión o en la existencia de naciones y empresas, hace que la gente coopere. “Si creemos que todos somos iguales en esencia, esto nos permitirá crear una sociedad estable y próspera”, pero “no porque sea objetivamente cierto, sino porque creer en eso nos permite cooperar”. Algo así no puede sostenerse solo mediante la violencia. Requiere verdaderos creyentes. Pero la violencia suele usarse porque “un orden imaginado se halla siempre en peligro de desmoronarse”. Algo que es real no puede desmoronarse. “Homo sapiens no tiene derechos naturales, de la misma manera que las arañas, las hienas y los chimpancés no tienen derechos naturales”.
El orden imaginado incita al consumismo
“No hace falta mucho para proporcionar las necesidades biológicas objetivas de Homo sapiens“, como bien sabía Diógenes el cínico. Pero ese “orden imaginado” (o mitos) es muy poderoso cuando es compartido por mucha gente y hasta modela el estilo de vida y “los deseos más personales”. El autor pone como ejemplo “el deseo popular de tomarse unas vacaciones en el extranjero. No hay nada natural ni obvio en esa decisión”. Un macho alfa de chimpacé nunca pensaría en usar su poder para ir de vacaciones. Tampoco iban de vacaciones en el antiguo Egipto para “ir de compras a Babilonia”. “Hoy en día, la gente gasta muchísimo dinero en vacaciones en el extranjero porque creen fervientemente en los mitos del consumismo romántico”.
“El consumismo nos dice que para ser felices hemos de consumir tantos productos y servicios como sea posible […]. Cada anuncio de televisión es otra pequeña leyenda acerca de cómo consumir determinado producto o servicio hará nuestra vida mejor”. “Como la élite del antiguo Egipto, la mayoría de la gente en la mayoría de las culturas dedica su vida a construir pirámides, solo que los nombres, formas y tamaños de estas pirámides, cambian de una cultura a otra” (pueden ser chalets, coches, viajes, ropa…) pero “pocos cuestionan los mitos que nos hacen desear la pirámide“.
Escritura parcial y completa
Los grandes sistemas de cooperación precisan el manejo y almacenamiento de enormes cantidades de información, imposibles de almacenar en cerebros. Los imperios generan cantidades enormes de información (contabilidad, impuestos, inventarios, calendarios, leyes…). Y por eso se requiere gente especializada, como los abogados: “Las abejas no necesitan abogados, porque no existe el peligro de que olviden o violen la constitución de la colmena”, pero “los humanos sí lo hacen continuamente” ya que “el orden social de los sapiens es imaginado”.
Los primeros en resolver el problema fueron los antiguos sumerios con un sistema de escritura para llevar cuestiones económicas (entre 3500 y 3000 a.C.). En los 500 años siguientes se añadieron más signos y transformaron el sistema sumerio en una escritura completa (que sirviera para expresar casi cualquier cosa). Durante la misma época aproximadamente se desarrollaron escrituras completas en Egipto (jeroglíficos), en China y en el imperio Inca, pero además esos tres imperios “desarrollaron buenas técnicas de archivo, catalogación y recuperación de los registros escritos”, e “invirtieron en escuelas para escribas, amanuenses, bibliotecarios y contables”.
Antes del siglo IX d.C. los hindúes inventaron una nueva escritura parcial para procesar datos matemáticos de forma muy eficiente. Se componía de diez signos representados por los números del 0 al 9. Posteriormente se añadieron más signos para formar la notación matemática moderna, que se usa en todas las organizaciones (estados, compañías…). De hecho, las decisiones de las élites suelen tomarse en base a hechos que deben expresarse matemáticamente, incluso cosas como la pobreza, la felicidad o la honestidad tienen sus índices matemáticos.
Más recientemente, se está usando internacionalmente una escritura que tiene solo dos signos, 0 y 1 (código binario), que es el código que emplean los ordenadores. Todo lo que almacena o procesa un ordenador se codifica o digitaliza en ese código. “La inteligencia artificial busca crear un nuevo tipo de inteligencia basada únicamente en la escritura binaria de los ordenadores”.
No hay justicia en la historia
¿Cómo consiguieron los humanos organizarse en redes de cooperación tan masivas? Según Harari, todo fue gracias a crear órdenes imaginarios y escrituras. Esos órdenes y esas escrituras dividían a la gente en grupos artificiales, en jerarquía. Los niveles superiores gozaban de privilegios y poder, y los inferiores padecían discriminación y opresión. Por ejemplo, el antiguo código de Hammurabi establecía una jerarquía de superiores, plebeyos y esclavos; mientras que la Declaración de Independencia estadounidense (1776) proclamaba la igualdad de todos los humanos, pero solo de forma teórica porque en la práctica las mujeres quedaban sin autoridad, y los negros y los indios americanos eran esclavizados o discriminados. “Muchos de los que firmaron la Declaración de Independencia eran dueños de esclavos”. En Estados Unidos, la esclavitud se abolió legalmente en 1865, pero “dos siglos de esclavitud se traducían en que la mayoría de las familias negras eran mucho más pobres y mucho menos educadas”. Los negros fueron estigmatizados y discriminados hasta el punto de prohibirse que votaran en las elecciones, que estudiaran en las escuelas para blancos, o que compraran o comieran en los establecimientos para blancos. La pobreza llama a a pobreza y la ignorancia a la ignorancia.
Esas jerarquías sociopolíticas carecen de una base lógica o biológica. En cambio, “los estudiosos no conocen ninguna sociedad grande que haya podido librarse totalmente de la discriminación”: blancos y negros, brahmanes y shudrás, ricos y pobres, heterosexuales y homosexuales…
¿Cómo podemos distinguir lo que está determinado biológicamente de lo que la gente intenta justificar mediante mitos biológicos? La regla que propone dice que «La biología lo permite, la cultura lo prohíbe». O sea, “desde una perspectiva biológica, nada es antinatural. Todo lo que es posible es, por definición, también natural. Un comportamiento verdaderamente antinatural, que vaya contra las leyes de la naturaleza, simplemente no puede existir, de modo que no necesitaría prohibición”.
“Hay una jerarquía que ha sido de importancia suprema en todas las sociedades humanas conocidas: la jerarquía del género. (…) Y casi en todas partes los hombres han obtenido la mejor tajada, al menos desde la revolución agrícola”. En muchas sociedades, por todo el planeta, las mujeres eran simples propiedades de los hombres, con frecuencia de sus padres, maridos o hermanos (la misma Biblia así lo hace constar en el Deuteronomio 22, 28-29). La mujer ha estado profundamente discriminada incluso en la Inglaterra de Isabel I o en Egipto durante todos los gobiernos que han pasado (ley faraónica, ley griega, ley romana, ley musulmana, ley otomana, ley británica…). “Incluso antes de 1492, la mayoría de las sociedades tanto en América como en Afroasia eran patriarcales” (los aztecas y los incas, por ejemplo). Harari concluye que “no sabemos cuál es la verdadera razón” de esta discriminación y aunque hay muchas teorías, ninguna es convincente. Es un misterio cómo llegó a ocurrir que en la única especie cuyo éxito depende de la cooperación, los individuos que son supuestamente menos cooperativos (los hombres) controlen a los individuos que supuestamente son más cooperativos (las mujeres). Por fortuna, por todo el planeta esto está cambiando y cada vez hay mayor igualdad.
3. La Unificación de la humanidad
Harari sostiene que “todo orden creado por el hombre está repleto de contradicciones”. Sin duda, algunas son clamorosas como las Cruzadas o las órdenes militares cristianas (Templarios, Hospitalarios…). También sostiene que la creencia actual en que la libertad y la igualdad son valores fundamentales es absurda, porque son valores contradictorios. “La igualdad solo puede asegurarse si se recortan libertades de los que son más ricos”. De hecho esa es una división clásica en política. En particular, en EE.UU., “los demócratas quieren una sociedad más equitativa” (aunque haya que aumentar los impuestos), y “los republicanos quieren maximizar la libertad individual” (aunque ello implique dejar sin sanidad a muchos estadounidenses).
Al parecer, esas contradicciones (disonancias cognitivas) “son los motores de la cultura, responsables de la creatividad y el dinamismo”. Y sin embargo, todo apunta a que “la historia se desplaza implacablemente hacia la unidad” de la humanidad. Cada vez quedan menos culturas aisladas y la globalización está haciendo converger a la humanidad: “Hoy en día, casi todos los humanos comparten el mismo sistema geopolítico” (estados…); “el mismo sistema económico” (capitalismo en mayor o menor grado); “el mismo sistema legal” (respecto a derechos humanos, leyes internacionales…); “y el mismo sistema científico” (los científicos de todos los países comparten las verdades científicas). Hoy día, todas las culturas han cambiado por un aluvión de influencias globales. Un ejemplo claro es la cocina típica de cada región que está llena de ingredientes que no son originarios de esa región.
Desde la revolución cognitiva, la gente empezó a cooperar hasta con personas totalmente extrañas, pero había unos límites a esa cooperación. Aproximadamente durante el primer milenio a.C. aparecen “tres órdenes universales en potencia, cuyos partidarios podían imaginar por primera vez a todo el mundo (…) como una única unidad”:
- Orden monetario (económico): los comerciantes no ven fronteras para sus negocios.
- Orden imperial (político): los conquistadores no ven fronteras para su imperio.
- Orden de las religiones universales (religioso): los profetas no ven fronteras para su verdad.
1. Orden monetario: el poder del dinero
Los cazadores-recolectores no tenían dinero. Eran independientes y usarían el trueque ocasionalmente. Al inicio de la revolución agrícola hubo pocos cambios. Con el tiempo se empezó a usar dinero (conchas, ganado, pieles, sal, semillas…) por las ventajas que tiene. El dinero es cualquier cosa que la gente esté dispuesta a utilizar para representar el valor de las cosas: “no es una realidad material; es un constructo psicológico”. Funciona porque la gente confía en que funcione. El dinero puede ser solo un papel, pero si todos confiamos en su valor, entonces tiene ese valor: “El dinero es el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado” y tiene dos características importantes: a) convertibilidad universal (puede convertir cualquier cosa en cualquier otra); b) confianza universal (cualesquiera dos personas pueden cooperar con el dinero como intermediario).
Inicialmente, el dinero no requería esa confianza porque eran cosas con valor intrínseco. El primer dinero fue usado en Sumer y eran cantidades concretas de cebada. En Mesopotamia se usaban los siclos de plata (8.33 gramos). La plata no tiene valor real porque no se puede comer, ni sirve para hacer cosas útiles más allá de joyas: su valor es puramente cultural. Ya en el siglo I d.C. las monedas romanas eran un medio de intercambio que se empleaba hasta en la India, a miles de kilómetros. Cuando los gobernadores locales indios acuñaron sus propias monedas imitaron al denario romano hasta en la cara del emperador, porque era en esos denarios en los que confiaba el pueblo. “Personas que no creen en el mismo dios ni obedecen al mismo rey están dispuestas a utilizar la misma moneda”. Mientras “la religión nos pide que creamos en algo, el dinero nos pide que creamos que otras personas creen en algo”.
Hoy hay en el mundo unos 60 billones de dólares, pero en monedas y billetes solo hay 6 billones. Más del 90% del dinero solo son datos en ordenadores, y se mueve cambiando datos en ficheros informáticos. “Solo un delincuente compra una casa con un maletín lleno de billetes”.
El dinero tiene “un lado oscuro”, porque hay cosas que deberían estar fuera del mercado (un padre no debe vender a un hijo), pero el dinero hace que todo pueda ser mercantilizado (hasta niños o mujeres…): “el mundo se encuentra en peligro de convertirse en un mercado enorme y despiadado”. El dinero permite una gran cooperación con extraños, pero puede corromper los valores humanos.
2. Orden imperial: La globalización va ganando
Los imperios se caracterizan por su apetito insaciable por conquistar nuevos territorios y por gobernar así muchos pueblos distintos. Los imperios acaban por borrar “gradualmente las características únicas de numerosos pueblos”, tanto que casi nunca la caída de los imperios ha significado la vuelta a la independencia de los pueblos sometidos, los cuales en muchos casos habían desaparecido o se habían disuelto en el imperio.
Los imperios han usado guerras, esclavitud, deportación y genocidio, pero también han significado logros culturales y mejoras en la vida de muchas gentes. De hecho, “la mayoría de las élites imperiales creían de veras que trabajaban para el bienestar general de los habitantes del imperio”. Al final, los imperios han producido “civilizaciones híbridas que absorbieron muchas cosas de sus pueblos sometidos” y que han acabado considerando como iguales a los pueblos que empezaron sometiendo. El emperador romano Claudio admitió en el Senado a varios notables galos y cuando algunos senadores protestaron, Claudio les recordó una verdad incómoda: que muchos senadores descendían de tribus italianas que antaño habían luchado contra Roma. Otro ejemplo: el imperio británico fue muy cruel en su dominación de la India. Millones de indios fueron asesinados y esclavizados. Tras conseguir su independencia, la cultura actual de India tiene muchísima herencia de los británicos, que los indios han querido conservar: un idioma común, unión entre lo que eran distintos pueblos, una democracia, un sistema judicial, una red de ferrocarriles… hasta costumbres como jugar al críquet y beber té.
En este siglo XXI, “el nacionalismo pierde terreno rápidamente”. La aparición de problemas globales (como el cambio climático) “socava cualquier legitimidad que les quede a los estados-nación independientes”. “Los estados cada vez tienen menos independencia” pues hay redes globales poderosas, como los “mercados globales“, las multinacionales, las ONG globales, la opinión pública global, los organismos de justicia internacionales, la ONU… “Los estados se ven obligados a amoldarse a los estándares globales de comportamiento financiero, política ambiental y justicia”. Los brotes nacionalistas dentro de la Unión Europea son entonces anacrónicos y cortos de miras, porque ansían una hipotética independencia de un estado, pero sin salirse de una Unión Europea con la cual tienen menos cosas en común que con el estado original.
“El imperio global que se está forjando ante nuestros ojos no está gobernado por ningún Estado (…). De manera muy parecida al Imperio romano tardío, está gobernado por una élite multiétnica, y se mantiene unido por una cultura común e intereses comunes“. El autor sostiene que “cada vez son más los que eligen el imperio”.
3. Orden religioso o ideológico
Para Harari, una religión es “un sistema de normas y valores humanos que se basa en la creencia en un orden sobrehumano”. Las primeras religiones eran locales y exclusivas, sin interés en convertir a la humanidad. En el primer milenio surgen religiones universales y misioneras, que se expanden y contribuyen a la unificación de la humanidad.
“El primer efecto religioso de la revolución agrícola fue convertir en propiedad a plantas y animales“. De hecho, una teoría sobre el origen de los dioses dice que los humanos querían dominar plantas y animales y a cambio prometieron devoción a los dioses (el Génesis es un ejemplo, añade). Así, el hombre llegó a pensar que sus plegarias y sus acciones “determinaban el destino de todo el ecosistema”: una inundación podía matar a miles de animales, “porque unos pocos sapiens estúpidos habían irritado a los dioses”.
Muchas religiones politeístas o animistas reconocen un “poder supremo” detrás de todos sus dioses. Los griegos le llamaban Destino (Moira, Ananké) y los hindúes Atmán (alma del universo). Ese poder supremo carece de intereses y prejuicios y por tanto no tiene sentido hacer tratos con él. De ahí el interés en deidades menores, que permiten ser adoradas a cambio de ayuda. Para acercarse a ese poder supremo habría que renunciar a todos los deseos y aceptar lo bueno y lo malo. Algunos hindúes, los sadhus o sanniasin, dedican su vida a unirse a Atmán renunciando a lo material, con lo que consiguen la iluminación. Dado que los politeístas aceptan varios dioses, no tienen dificultad en aceptar la eficacia de otros dioses ajenos: “El politeísmo es intrínsecamente liberal, y raramente persigue a herejes o infieles”. Los politeístas pueden aceptar otros dioses: los romanos aceptaron a la diosa asiática Cibeles y a la egipcia Isis, pero no aceptaron al dios de los cristianos porque ellos no respetaban los dioses del imperio ni reconocían la divinidad del emperador y fueron considerados “una facción políticamente subversiva” que conllevó la muerte de “unos pocos miles de cristianos”. Muy pocos, si los comparamos con los millones que fueron masacrados en las luchas entre los propios cristianos en los siguientes 1.500 años. En la Matanza del Día de San Bartolomé, “murieron más cristianos a manos de otros cristianos que a manos del Imperio romano politeísta a lo largo de su existencia” (entre 5.000 y 10.000 protestantes fueron asesinados por católicos el 23 de agosto de 1572).
Con el tiempo, las gentes empezaron a creer en un único dios pero con intereses y prejuicios, surgiendo las religiones monoteístas. La primera fue la del faraón Akenatón, a la que le siguieron el judaísmo, el cristianismo y el islam. “Los monoteístas han tendido a ser mucho más fanáticos y misioneros que los politeístas”, llegando a usar la violencia para conseguir sus objetivos. También surgieron religiones dualistas, incluso dentro de las monoteístas, que aceptan dos poderes opuestos: el bien y el mal. Harari señala que “los humanos poseen una maravillosa capacidad para creer en contradicciones”.
También surgieron religiones sin dioses que creían en leyes naturales: jainismo, budismo, taoísmo, confucianismo, estoicismo, cinismo, epicureísmo… Para el budismo, la gente siempre está descontenta, porque siempre hay deseos insatisfechos, incluso aunque se consigan cosas agradables, pues entonces surge el miedo a perderlas o el deseo de prolongarlas o intensificarlas. Siddharta Gautama, conocido como Buda, descubrió una forma simple para salir de ahí: aceptando que las cosas son como son. Tengamos tristeza o alegría, la aceptamos sin desear que desaparezca ni perdure. Esto se consigue con técnicas de meditación para centrar la mente en lo que se experimenta ahora y no en lo que se desearía estar experimentando. Si se llega al estado de satisfacción perfecta conocido como nirvana, el ser se libera de todo sufrimiento: “Una persona que no desea no sufre”.
Para Harari, dada la definición de religión, en la edad moderna surgieron otras religiones sin dioses, que algunos prefieren llamar ideologías: liberalismo, comunismo, capitalismo, nacionalismo, nazismo o humanismo.
4. Revolución científica
“Los últimos 500 años han sido testigos de un crecimiento vertiginoso y sin precedentes del poder humano” (lo que De Jouvenel llamó La Civilización de la Potencia en su fantástico y muy recomendable libro). En ese periodo, la población humana se ha multiplicado por 14, pero la producción se ha multiplicado por 240 y el consumo de energía por 115.
Para Harari el momento “más notable” es la detonación de la primera bomba atómica en Julio de 1945: “la humanidad tuvo la capacidad no solo de cambiar el rumbo de la historia, sino de ponerle fin”.
¿Quien dirige la investigación mundial?
Muchos progresos científicos no hubieran sido posibles sin financiación de empresas y gobiernos, que esperan conseguir mayores poderes gracias a la investigación. Y esos poderes son usados, entre otras cosas, para obtener nuevos recursos para continuar con las investigaciones.
La ciencia moderna tiene 3 características fundamentales: a) admite su ignorancia y todo puede ser puesto en entredichos; b) Se reúnen observaciones y de ahí se extraen teorías generales usando herramientas matemáticas; c) Esas teorías se usan para adquirir nuevos poderes, como desarrollar nuevas tecnologías. Dado que toda teoría puede ser falsa, “la verdad es una prueba inadecuada para el conocimiento. La prueba real es la utilidad”. Por eso se investiga tanto para la guerra: “Las fuerzas militares del mundo inician, financian y dirigen una gran parte de la investigación científica y del desarrollo tecnológico de la humanidad”.
NOTA: Hoy día se usan las matemáticas, al menos la rama de la estadística, hasta en las ciencias que inicialmente se resistieron (biología, economía, psicología…). Jakob Bernoulli proclamó que aunque podía ser difícil predecir con certeza un único acontecimiento, era posible predecir con gran precisión el resultado promedio de muchos acontecimientos similares.
El progreso tiene costes y beneficios. Aunque hay muchos tipos de pobreza, Harari los reúne en dos grupos: pobreza social (que impide a unos tener las mismas oportunidades que otros); y pobreza biológica (que arriesga la vida de la gente); y afirma que “en muchos países de todo el mundo la pobreza biológica es cosa del pasado (…). En muchas sociedades hay más gente en peligro de morir de obesidad que de hambre“. Pero para Harari, “el proyecto principal de la revolución científica es dar a la humanidad la vida eterna“.
“La mayoría de los estudios científicos se financian porque alguien cree que pueden ayudar a alcanzar algún objetivo político, económico o religioso” y, por tanto, “la ideología justifica los costes de la investigación” e “influye sobre las prioridades científicas”. O sea, para comprender porqué la ciencia ha llegado a donde ha llegado “hay que tener en cuenta las fuerzas ideológicas, políticas y económicas” que han modelado las ciencias para impulsarlas en unas direcciones y no en otras.
La ciencia justificó las colonias imperiales
¿Por qué Europa ha sido la dominadora principal del mundo? Harari da dos respuestas: por la ciencia moderna y por el capitalismo. “El imperialismo europeo fue completamente distinto a todos los demás”: los árabes no conquistaron su imperio para descubrir algo que no conocían, sino por poder y riquezas. “En cambio, los imperialistas europeos se dirigieron hacia lejanas costas con la esperanza de obtener nuevos conocimientos junto con los nuevos territorios“. Buenos ejemplos son la expedición del capitán Cook (llevando también a diversos científicos y aprovechando el viaje para conquistar Australia, Tasmania y Nueva Zelanda), la expedición de la armada inglesa con el buque Beagle (llevando a Darwin), o la conquista de la India.
Las conquistas fueron inicialmente de territorios cercanos. Eso cambió en el siglo XV. España desintegró los imperios azteca e inca en América y la expedición de Cook permitió exterminar totalmente culturas de Oceanía. Los indígenas de Tasmania fueron asesinados en masa y los últimos fueron recluidos en campos de concentración para intentar “educarlos”. Se negaron a aprender y prefirieron morir a integrarse.
Los conquistadores europeos investigaron las zonas conquistadas y llegaron a conocerlas mejor incluso que la población nativa. Para Harari, sin ese conocimiento hubiera sido difícil, por ejemplo, que un puñado de británicos hubieran podido gobernar a 300 millones de indios. El hecho de que los imperios produjeran un flujo constante de conocimientos nuevos, daba argumentos a los imperios para demostrar la bondad de sus conquistas. También se usó la ciencia para proporcionar “pruebas científicas de que los europeos eran superiores”. Mientras que hoy el racismo esta científicamente desautorizado por la biología, los historiadores y antropólogos tienen más difícil desautorizar la discriminación por la cultura (que Harari llama “culturismo”).
Para Harari no es fácil calificar al imperialismo como bueno o malo. La ciencia facilitó al imperialismo conocimientos, tecnología y justificación ideológica y, a cambio, los imperios daban a la ciencia financiación y protección sin la que no hubiera progresado como lo ha hecho.
Capitalismo: otra herramienta del imperialismo
No se puede negar que el capitalismo ha servido para afianzar el crecimiento, no solo económico, sino también científico. El “primer mandamiento” del “credo capitalista” es «Los beneficios de la producción han de reinvertirse en aumentar la producción». Este afán por aumentar la producción para generar más dinero y reinvertirlo en aumentar la producción ha generado un crecimiento “prodigioso”. ¿Es posible mantener ese crecimiento hasta el infinito?
Una de las claves es la creación de dinero por parte de los bancos generando “deuda”. Harari pone un ejemplo sencillo: Un constructor gana 1 millón y lo mete en el banco de Samuel. Juana pide prestado 1 millón al banco y contrata al constructor, al cual le paga 1 millón, que vuelve a ingresar en el banco. El constructor tendría ahora 2 millones, pero en realidad el banco solo tiene en sus arcas el millón inicial. ¿Cómo ha podido duplicarse el dinero? En realidad los bancos crean más dinero aún porque reciben los intereses y, además, se les permite prestar hasta 10 veces el dinero que tienen realmente en sus cajas fuertes. Hoy día, la deuda (de gobiernos, empresas y particulares) es tan inmensa que es impagable, pero el sistema se mantiene mientras haya “confianza en el futuro”.
En la época moderna, el Sapiens ideó un mecanismo para conseguir cosas que no existían, creando “créditos”: esto “se basa en la suposición de que es seguro que nuestros recursos futuros serán mucho más abundantes que nuestros recursos actuales” y, por tanto, podremos pagar en el futuro el dinero que nos prestan hoy. Pedir un préstamo es hacer un viaje en el tiempo para traerse al presente el dinero que ganaremos en el futuro. Los préstamos existen desde antaño, pero “la gente raramente quería extender mucho crédito porque no confiaban en que el futuro fuera mejor que el presente”, y se pensaba que la riqueza no podía aumentar, de forma que los beneficios de una panadería podían aumentar solo a costa de otro negocio. En cambio, el sistema de crédito permite aumentar la riqueza sin que nadie pierda teóricamente. De Jouvenel concluye, en un magnífico libro, que si ahora somos más ricos es porque estamos explotando más la Naturaleza. Es la Naturaleza la que acaba perdiendo en ese ciclo de créditos y crecimiento.
Adam Smith publicó “La riqueza de las naciones” (1776), donde sostenía “que la codicia es buena, y que al hacerme rico yo beneficio a todos, no solo a mí (…). Smith negaba la contradicción tradicional entre riqueza y moralidad, y abría de par en par las puertas del cielo para los ricos”. Mientras el cristianismo había atacado a los ricos, Smith los ensalzaba porque hacen girar la rueda del crecimiento, teóricamente en beneficio de todos. Pero eso depende de que los ricos inviertan bien su dinero, porque, por ejemplo, hay multinacionales muy destructivas.
“El capitalismo se convirtió gradualmente en mucho más que una doctrina económica”, porque muchos piensan que el capitalismo es esencial para alcanzar un sistema de justicia, libertad y felicidad razonables. Es como una “nueva religión” de la que depende también la investigación, porque el dinero para investigar se empleará en una cosa u otra dependiendo de cuánto aumente la producción y los beneficios. Para Harari, el crecimiento económico ha sido posible gracias a que los científicos generan nuevos descubrimientos. “Bancos y gobiernos imprimen dinero, pero en último término son los científicos los que pagan la cuenta”. Sin embargo, Harari olvida que al final, la Naturaleza paga más aún, como dijo De Jouvenel.
Antiguamente las guerras se financiaban mediante tributos y saqueos. “La conquista europea del mundo fue financiada de manera creciente mediante créditos”. De hecho, algunas famosas conquistas fueron hechas por empresas privadas. Por ejemplo, las compañías por acciones holandesas (como la famosa Compañía Holandesa de las Indias Orientales), consiguieron conquistar Indonesia a base de guerras pagadas con dinero de pequeños inversores holandeses. En 1800 la corona holandesa nacionalizó Indonesia. Algo similar intentó hacer la francesa Compañía del Mississippi, pero sus acciones subieron tanto que generaron una burbuja que, cuando estalló, hizo que los pequeños inversores lo perdieran todo (muchos se suicidaron). “Esta fue una de las razones principales por las que el Imperio francés de ultramar cayó en manos inglesas. Mientras Gran Bretaña podía conseguir fácilmente dinero prestado a bajos tipos de interés, Francia tenía dificultades para obtener préstanos y tenía que pagar por ellos intereses elevados”. La deuda llegó a ser inmensa en tiempos de Luis XVI: “la mitad de su presupuesto anual se destinaba a pagar los intereses (…). Así empezó la Revolución francesa”. Otro ejemplo: el subcontinente indio fue conquistado por una empresa privada, la Compañía Británica de las Indias Orientales: “La corona británica no nacionalizó la India hasta 1858, y con ella el ejército privado de la compañía”.
Los intereses privados nacionales llegan a ser defendidos por los gobiernos. Un ejemplo notable es la primera guerra del opio entre Gran Bretaña y China (1840-1842). Los ingleses amasaron fortunas vendiendo opio a China y convirtiendo en adictos a millones de chinos. El gobierno chino prohibió las drogas y confiscaba y destruía los cargamentos de drogas, ante lo que el gobierno británico decidió intervenir, pues muchos ricos (parlamentarios y ministros) habían invertido en las compañías de drogas. La reina Victoria declaró la guerra a China en nombre del «libre comercio». China perdió y tuvo que aceptar “no limitar las actividades de los comerciantes de drogas ingleses y compensarlos por los daños infligidos por la policía china”.
Los defensores del libre mercado, liberales, neoliberales o corporativistas como los llama Naomi Klein, sostienen que hay que reducir los impuestos y dejar al mínimo la intervención del gobierno. Ellos aseguran que así las fuerzas del mercado darán el máximo crecimiento para beneficiar a empresarios y obreros. “Pero en su forma extrema, creer en el libre mercado es tan ingenuo como creer en Papá Noel. Simplemente, no existe un mercado libre de todo prejuicio político”. De hecho, Naomi Klein explicó y documentó muy acertadamente los efectos desastrosos de aplicar las políticas del libre mercado en su libro “La doctrina del shock“. Para Harari es necesario contar con gobiernos que generen confianza y eviten los abusos mediante leyes, sanciones, policía, tribunales… porque en un mercado libre es fácil que se establezcan monopolios que podrían, por ejemplo, reducir los salarios libremente.
Desgraciadamente, hay muchos ejemplos de los abusos del capitalismo. Desde el siglo XVI al XIX, unos 10 millones de esclavos africanos fueron importados a América. El 70% trabajaron en plantaciones de azúcar. Muchos más murieron durante las capturas o durante las duras condiciones del transporte de esclavos. Todo “para que los europeos pudieran gozar de su té dulce”, y para que “magnates del azúcar pudieran obtener enormes ganancias”. El tráfico de esclavos no era controlado por ningún Estado, sino que eran empresas privadas amparadas por el libre mercado que vendían acciones en los mercados de valores de Amsterdam, Londres y París. Los ciudadanos financiaban compañías que cometían las peores atrocidades. ¿Lo sabían o no? Hoy día ocurre lo mismo con empresas que generan esclavitud (como Nestlé) u otras atrocidades.
“Este es el pequeño inconveniente del capitalismo de libre mercado: no puede asegurar que los beneficios se obtengan de manera justa o que se distribuyan de manera justa (…). El capitalismo ha matado a millones debido a una fría indiferencia ligada a la avaricia”, como hemos visto en los ejemplos precedentes. “El siglo XIX no aportó ninguna mejora a la ética del capitalismo. La revolución industrial que se extendió por toda Europa enriqueció a banqueros y propietarios de capital, pero condenó a millones de trabajadores a una vida de pobreza abyecta” (por no hablar de los problemas ambientales generados). Harari añade las injusticias en la explotación del Congo por parte de Bélgica.
Harari reconoce el crecimiento de la riqueza actual pero critica que esté “distribuido de manera tan desigual” y concluye que “de manera muy parecida a la revolución agrícola, el crecimiento de la economía moderna podría resultar un fraude colosal“. Pero por otra parte, otras opciones son mucho peor (como el comunismo). Así pues, “puede que no nos guste el capitalismo, pero no podemos vivir sin él”, por lo que tenemos que reformar el capitalismo. No obstante, hay también señales para el optimismo (como la mejora en la esperanza de vida, la mortalidad infantil, la ingesta calórica…), pero no olvidemos que el crecimiento económico infinito es sencillamente imposible.
El crecimiento económico también necesita energía, materiales y maltratar animales
De forma contraintuitiva, mientras que el uso de energía y materiales ha crecido mucho, las cantidades disponibles han aumentado (a la vez que los problemas ambientales y la pérdida de biodiversidad). Todo ello, gracias a usar los combustibles fósiles (las energías del subsuelo, como las llamaba De Jouvenel). Las primeras máquinas de vapor usaban carbón para sacar agua del fondo de los pozos mineros. Luego se usaron para telares y ello revolucionó la industria textil británica. Luego llegaron el motor de combustión interna y la extensión del uso de la electricidad con una infinidad de aplicaciones. “Pocos de nosotros comprendemos cómo hace la electricidad todas estas cosas, pero todavía son menos los que pueden imaginarse la vida sin ella”.
Esta disponibilidad de energía ha permitido extraer materias primas de lugares que antes eran inaccesibles y transportar productos desde lugares muy alejados. Pero “la revolución industrial fue, por encima de todo, la segunda revolución agrícola”: tractores, fertilizantes, insecticidas, hormonas, medicamentos… hasta el punto de que “los animales de granja dejaron de verse como criaturas vivas que podían sentir dolor y angustia, y en cambio empezaron a ser tratados como máquinas”. Harari resume la dura vida de animales como gallinas, cerdos o vacas lecheras y concluye que: “De la misma manera que el comercio de esclavos en el Atlántico no fue resultado del odio hacia los africanos, tampoco la moderna industria animal está motivada por la animosidad. De nuevo, es impulsada por la indiferencia” (y por el sabor de unos productos que esconden mucho sufrimiento y severos daños ambientales). Harari aclara que la ciencia ya ha demostrado que los animales “no solo sienten dolor físico, sino que pueden padecer malestar emocional”, como lo demuestran multitud de experiencias con animales. No hablamos de una industria de poca relevancia: “decenas de miles de millones de animales de granja viven en la actualidad formando parte de una cadena de montaje mecanizada y anualmente se sacrifican alrededor de 50.000 millones”.
La industrialización de la agricultura permitió que mucha mano de obra migrara del campo a la ciudad, donde se permitió que muchas manos y cerebros se pusieran a trabajar para “lanzar una avalancha de productos sin precedentes”. Pero la economía capitalista no se basa solo en “producir” sino que también hay que “vender” lo producido. De ahí que surgiera el consumismo. Si durante siglos se ha ensalzado la “ética austera” y evitar los lujos, el consumismo ha convencido a la gente de que los caprichos son buenos. Esta “nueva religión” inunda todo, hasta “las festividades religiosas como la Navidad“, convertida en “festividades de compras”. Y se sacrifica hasta la salud: “la población de Estados Unidos gasta más dinero en dietas que la cantidad que se necesitaría para dar de comer a toda la gente hambrienta en el resto del mundo”. Todo sirve para mover la maquinaria del consumo: la gente come, engorda, y luego compra productos dietéticos.
“La ética capitalista y la consumista son dos caras de la misma moneda”: Invierte y compra. “La nueva ética promete el paraíso a condición de que los ricos sigan siendo avariciosos (…) y que las masas den rienda suelta a sus anhelos y pasiones y compren cada vez más. Esta es la primera religión en la historia cuyos seguidores hacen realmente lo que se les pide que hagan. ¿Y cómo sabemos que realmente obtendremos el paraíso a cambio? Porque lo hemos visto en la televisión”.
Una revolución permanente: La familia pierde y la paz gana
“A medida que el mundo se moldeaba para que se ajustara a las necesidades de Homo sapiens, se destruyeron hábitats y se extinguieron especies. Nuestro planeta, antaño verde y azul, se está convirtiendo en un centro comercial de hormigón y plástico“. ¿Cuánto pesan todos los animales del planeta? Veámoslo en 3 grupos:
- Total de sapiens (más de 7.000 millones): pesamos unas 300 millones de toneladas.
- Total de animales domésticos: pesan unas 700 millones de toneladas.
- Total de animales salvajes: pesan menos de 100 millones de toneladas.
Aunque parece que las profecías sobre la escasez de recursos aún no se han cumplido de forma dramática, “la degradación ecológica está demasiado bien fundamentada”. “El calentamiento global, la elevación del nivel de los océanos y la contaminación generalizada pueden hacer que la Tierra sea menos acogedora para nuestra especie”, aunque “las ratas y las cucarachas están en su apogeo” (como recordaba con mucho humor Pésame Street).
Estos cambios han afectado a muchísimos aspectos de la vida de los sapiens: desde atenerse a unos horarios precisos hasta las relaciones humanas. Uno de los aspectos más relevantes es “el desplome de la familia y de la comunidad local y su sustitución por el Estado y el mercado”. Los gobiernos y las empresas facilitan una serie de servicios que antes los prestaba la familia o la gente cercana: trabajo, seguridad (policía), pensiones, educación (escuelas), sanidad (hospitales, Seguridad Social…), préstamos (bancos)… Esto ha permitido una liberación del individuo, a cambio de debilitar la familia. Los estados y los mercados son tan fuertes que pueden intervenir en nuestras vidas fácilmente. Uno de los efectos es el respeto y la obediencia a los padres: mientras que antes “figuraban entre los valores más venerados, y los padres podían hacer casi todo lo que quisieran” con sus hijos, “actualmente, la autoridad paterna se bate en retirada. Cada vez más se excusa que los jóvenes no obedezcan a sus mayores, mientras que se acusa a los padres de cualquier cosa que no funcione en la vida de su hijo”.
Las comunidades íntimas, de gente que se conocen, se están desvaneciendo, a favor de “comunidades imaginadas“, de gente que cree que se conoce. Hay dos clases típicas de comunidades imaginadas: “la nación y la tribu de consumidores”, que se definen respectivamente por la pertenencia a un país y por lo que consumen (fans de Madonna o ecologistas, por ejemplo). “Un alemán vegetariano puede preferir casarse con una francesa vegetariana que con una alemana carnívora”.
Otra de las grandes características de nuestra época es la paz mundial. Aunque no hay paz en todo el mundo, la violencia está en mínimos históricos, tanto por guerras como por crímenes locales. Mientras en la Europa medieval eran asesinadas al año entre 20 y 40 personas por cada 100.000 habitantes, hoy el promedio global es de 9, pero en Europa el promedio es de 1 asesinato al año por cada 100.000 personas. Para Harari se da la paradoja de que la invención de la bomba atómica ha traído la paz, porque la guerra sería ahora un “suicido colectivo”. Las guerras ahora no son rentables: los costes han aumentado y los beneficios se han reducido, porque hoy la riqueza está “en capital humano, conocimientos técnicos y estructuras socioeconómicas”, más allá de recursos que puedan robarse al invadir una región. La paz proporciona, además, la posibilidad de vender más productos, mientras la guerra solo enriquece a una minoría con la venta de armas. Pero para Harari, el futuro podría ser más pacífico o no, pues todo depende de muchos factores.
¿Somos cada vez más felices? ¿Cómo podemos saberlo y serlo?
¿Qué sentido tienen tantos avances y desastres? ¿Somos más felices? Según Harari, “los historiadores rara vez se plantean estas preguntas”, lo cual supone un hueco que hay que rellenar. Ante esto, surgen respuestas un poco ingenuas y extremas, como son considerar que la felicidad depende de la comodidad y de los bienes materiales disponibles, o por el contrario que la agricultura y la industria nos ha condenado a vivir una vida antinatural.
Es cierto que hay cosas positivas (como la reducción de la mortalidad infantil) y negativas (desastres ecológicos con los que “estamos destruyendo los cimientos de la prosperidad”), pero lo primero al hablar de felicidad es plantearnos si solo nos interesa la felicidad de los sapiens (especismo). Harari hace una afirmación dramática: “podemos felicitarnos por los logros sin precedentes de los sapiens modernos únicamente si ignoramos por completo la suerte de todos los demás animales“. Gran parte de la riqueza material se ha construido o se está consiguiendo a base del maltrato sistemático de animales (laboratorios, granjas, zoos, circos y acuarios).
Centrándonos en los sapiens, podemos resumir unas cuantas tendencias sobre la felicidad:
- Las cosas externas producen la felicidad: Según algunos estudios el dinero aumenta la felicidad pero hasta cierto punto. A partir de cierta cantidad de ingresos, la felicidad no aumenta más. La enfermedad reduce la felicidad a corto plazo, pero a largo plazo no afecta a la felicidad, salvo que la enfermedad sea degenerativa o con dolor grave. “Si la enfermedad no empeora se adaptan a la nueva situación y valoran su felicidad tan alta como los sanos”. También son más felices los sapiens que cuentan con familias y comunidades unidas y armoniosas. Con esos datos, podemos concluir que una persona pobre y enferma con una enfermedad no degenerativa pero con una familia armoniosa puede ser más feliz que un millonario alienado.
- La felicidad depende de las expectativas y no de las condiciones objetivas: Según esto, si las expectativas se cumplen, la felicidad aumenta. Así, cuando las cosas mejoran, las expectativas aumentan y ser feliz puede hacerse más difícil; y cuando las cosas empeoran, las expectativas se reducen y la felicidad se hace más fácil. “Profetas, poetas y filósofos se dieron cuenta hace miles de años que estar satisfecho con lo que se tiene es mucho más importante que obtener más de lo que se desea” (como el estoicismo). Esto tiene una implicación importante: Si la felicidad viene de las expectativas, los medios de comunicación y la publicidad son generadores de infelicidad. Igualmente, Harari plantea que el descontento del Tercer Mundo no solo procede de la pobreza, la enfermedad y la corrupción, sino también de la “exposición a los estándares del Primer Mundo”.
- La felicidad es cuestión de química: Los biólogos sostienen que la felicidad depende de un complejo sistema nervioso y sustancias bioquímicas (endorfinas). Según esta tendencia, la evolución nos ha moldeado para no ser ni demasiado desdichados ni demasiado dichosos, para que busquemos el placer pero que no dure mucho. Como en otros aspectos biológicos, cada persona es distinta. Hay personas que siempre están relativamente contentas y las que parecen estar siempre irritadas. Obviamente, afirmar esto no niega rotundamente los factores anteriores, pero otorga al devenir de la historia una importancia menor en la felicidad de los sapiens. Esto daría por bueno el usar medicamentos que eleven la serotonina de la gente, al estilo de la droga «soma» que hace que la gente sea feliz en la obra Un mundo feliz de Aldous Huxley.
- La felicidad es dar sentido a la vida: “Una vida con sentido puede ser extremadamente satisfactoria incluso en medio de penalidades, mientras que una vida sin sentido es una experiencia desagradable y terrible, con independencia de lo confortable que sea” (como defendía Viktor Frankl). Según Harari, “desde un punto de vista puramente científico, la vida humana no tiene en absoluto ningún sentido. Los humanos son el resultado de procesos evolutivos ciegos que operan sin objetivo”. Si eso es así, “cualquier sentido que la gente atribuya a su vida es solo una ilusión”. Una ilusión que ayuda a ser feliz. Y Harari se pregunta: ¿Acaso la felicidad depende realmente de engañarse a sí mismo?
- La felicidad no está ni en lo externo ni en lo interno, sino en aceptar las cosas como son y no desear cambiarlas: El budismo sostiene que la raíz del sufrimiento “es la búsqueda continua e inútil de sensaciones fugaces, que hacen que estemos en tensión constante”. Para liberarse del sufrimiento hay que comprender la naturaleza no permanente de todas las sensaciones y dejar de anhelarlas. Se trata de vivir el presente sin fantasear en lo que será o pudo haber sido. Cuando uno deja de luchar y acepta las cosas como son, sean buenas o malas, la paz llega. “Buda coincidía con la biología moderna y con los movimientos de la New Age en que la felicidad es independiente de las condiciones externas. Pero su hallazgo más importante y mucho más profundo fue que la verdadera felicidad es también independiente de nuestros sentimientos internos”: hay que detener la búsqueda de logros externos y de sentimientos internos. Una clave es conocer quién o qué es uno mismo realmente.
Pero… ¿realmente la gente sabe medir su propia felicidad? Los drogadictos dicen que la droga les da felicidad pero ¿es cierto? Esto contradice la teoría liberal que sostiene que los sentimientos personales son lo auténticamente cierto: «Sigue los dictados de tu corazón» (¿aunque te lleve al abismo?). En cambio, la mayoría de las religiones e ideologías afirman que existen formas objetivas de medir la bondad, mejores que fiarse de opiniones subjetivas. La biología apoya esto último con su “teoría del gen egoísta“, según la cual los organismos elijen lo que es bueno para la reproducción de sus genes, aunque sea malo para ellos como individuos. O sea, nuestras decisiones no nos llevan evolutivamente a la felicidad y, por tanto, la visión del individuo está cegada por los dictados del ADN.
El final de Homo sapiens
Estamos “empezando a quebrar las leyes de la selección natural, sustituyéndolas con las leyes del diseño inteligente”. La ingeniería genética (véanse estos vídeos) rompen las leyes de la selección natural intercambiando genes entre especies evolutivamente distantes (por ejemplo, pusieron un gen de medusa en un conejo para tener un conejo verde fluorescente). Si el diseño inteligente es suponer que hubo un creador, ahora ese creador podría ser el sapiens. Pero este poder “plantea un cúmulo de cuestiones éticas, políticas e ideológicas”, desde multitud de puntos de vista (religiosos, animalistas, humanistas…). “La sensación generalizada es que (…) nuestra capacidad de modificar genes va por delante de nuestra capacidad de hacer un uso prudente y perspicaz de esa facultad”. ¿Es conveniente revivir mamuts o neandertales si fuera posible? Si conseguimos mejorar el sistema inmunitario o la esperanza de vida, posiblemente también podremos mejorar nuestras capacidades intelectuales y convertirnos en “superhumanos”… y hasta dejar de ser Homo sapiens. En bioética la pregunta clave es: ¿Qué está prohibido hacer?
El futuro plantea muchas preguntas. ¿Y si pudiéramos guardar el contenido de un cerebro en un disco duro? ¿Qué posibilidades abriría esto? ¿Podría un ordenador pensar como yo? Muchos piensan que los ordenadores actuales no pueden simular la mente humana, pero lo cierto es que cada vez se acercan más a hacerlo. ¿Sería ético que las aseguradoras o las empresas pudieran acceder al perfil de ADN de las personas?
Nos gusta pensar que somos los mejores seres posibles y que no puede crearse nada mejor, pero si se consiguen mejorar las capacidades humanas, ¿tendrán acceso a esas capacidades todos los humanos? “Los futuros amos del mundo serán probablemente más diferentes de nosotros de lo que nosotros somos de los neandertales”. Si nuestros sucesores funcionan efectivamente a un nivel de conciencia diferente, podrían discriminarnos y extinguirnos. ¿Y si consiguiéramos manipular nuestros deseos? ¿Qué queremos desear?
Epílogo: ¿Somos eternos insatisfechos que solo buscamos comodidad?
“Cuanto mejor se conoce un período histórico particular, más difícil resulta explicar por qué los acontecimientos ocurrieron de una determinada manera. (…) La historia no se puede explicar de forma determinista y no se puede predecir porque es caótica” (es un sistema caótico de nivel dos, que indica que las predicciones que se hagan influyen en el sistema, por lo cual es más caótico). Para Harari, “no hay ninguna prueba en absoluto de que el bienestar humano mejore de manera inevitable a medida que la historia se desarrolla”. “Al igual que la evolución, la historia hace caso omiso de la felicidad de los organismos individuales”. Pero podemos aprender de la historia y reconducir nuestros actos para maximizar esa felicidad, aunque por supuesto, no puede haber garantías de éxito en un sistema tan caótico.
“Un gran aumento del poder humano no mejoró necesariamente el bienestar de los sapiens individuales y por lo general causó una inmensa desgracia a otros animales”. Se han producido progresos notables a costa de otros animales y sin asegurar el futuro de la humanidad, mientras “los humanos parecen ser más irresponsables que nunca. Dioses hechos a sí mismos (…), causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción”. Y termina con esta pregunta: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?”.
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