El peligro de la obsolescencia conceptual
Si la obsolescencia programada es uno de los demonios que acechan al consumo responsable y a la sostenibilidad de nuestro estilo de vida, el término del que nos vamos a ocupar se une al grupo de las amenazas. Hablamos de la obsolescencia conceptual.
¡Por favor, no estamos para muchos sustos y alarmas! ¡Bastante tenemos con los huracanes, la sequía y Trump! Upps … es cierto, lo mejor será dar un repaso por el concepto y dejar las consecuencias para otro artículo, ¿así mejor? 😉
Se habla mucho de la obsolescencia programada, de sus tipos y formas, y de cómo se manifiesta técnicamente en los productos que adquirimos. Recordemos que la obsolescencia programada es el intento por parte del fabricante de un bien de reducir el ciclo de vida de un producto para que el consumidor se vea obligado a adquirir otro similar.
Si bien la obsolescencia tecnológica, una de sus variantes según Vance Packard, es en la que centramos nuestra atención, la obsolescencia conceptual puede producir tan daños y perjuicios como ésta.
Y es que cuando sale al mercado una nueva categoría de producto que contribuye a evolucionar el concepto de la misma, deja obsoletas y fuera de lugar conceptualmente a todas las existentes hasta el momento.
Una categoría de producto consiste en todos los productos que ofrecen la misma funcionalidad general
Muchas personas creen que cuando entran en un Starbucks consumen café, sin caer en la cuenta de que esto es lo de menos. Si sólo tomaran café no pagarían el precio Starbucks, sino cualquier otro más económico y con características similares. El producto es una experiencia. Así es como esta compañía dinamitó una categoría de producto.
Existe una regla básica para definir el grado de obsolescencia conceptual de una categoría de producto o servicio que confirma que a mayor excelencia tecnológica menor excelencia conceptual. En esto, los proveedores de tecnología son uno de los principales agentes unificadores de los mercados de gran consumo.
Y es que las estrategias unificadoras llevan a que las empresas igualen sus ventajas competitivas, y de igual manera, la oferta disponible para los consumidores. Esto lleva a que no se innove realmente y entremos en un bucle de pérdida de valor, es decir, una situación donde las empresas se copian unas a otras. ¿Te suena?
Otra cuestión que ayuda poco es que, debidos a los ingentes avances tecnológicos, es prácticamente imposible saturar de productos un mercado antes de que el conocimiento esté al alcance de todos los competidores.
Este hecho ayuda a anular las ventajas competitivas que surgen de la I+D+i, lo que obliga a las empresas a revisar sus sistemas de amortización. La obsolescencia conceptual aparece antes que la amortización de las inversiones que se haya realizado, dando paso a las tan temidas pérdidas en numerosos productos y servicios de los catálogos de las empresas.
Desgraciadamente la Gran Crisis ha enmascarado esta circunstancia, y las empresas ante estas pérdidas, han reaccionado deslocalizando sus producciones a países de mano de obra barata. Y con el tiempo, esta práctica de producir barato, se ha vuelto en contra de las economías que lo han fomentado.
Esto lleva a que los mercados se hundan en una guerra de precios, pues cuando no hay un valor realmente diferencial sobre la categoría existente, el consumidor se centra en el precio y en la promoción, devaluando activos como las marcas y acortando las fechas de caducidad de categorías y productos.
Otra circunstancia dañina es que las empresas están sustituyendo los procesos de innovación por la creatividad. Ciertas organizaciones apuestan simplificar la complejidad del proceso de innovación, reduciéndolo a seguir metodologías y modas, aduciendo que la complejidad de innovar es directamente proporcional a los ingresos que producen las nuevas categorías de producto.
No nos olvidemos que la innovación (cerrada o abierta) es un proceso complejo y costoso, para el que no hay grandes atajos. La innovación es un proceso estructurado para llegar al final con éxito, y no un área de reciclaje de profesionales y que utiliza como fuente de excusas cuando las cosas no salen bien.
Muchos pensaréis que la obsolescencia conceptual es una herramienta lícita para competir en los mercados y dejar atrás a la competencia.
¡Esto sería así si no se viera envuelta en malas prácticas con consecuencias que no siempre se aprecian a corto plazo!
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Fuente original: https://www.ecointeligencia.com/2017/10/obsolescencia-conceptual/