De la ciudad inteligente al ciudadano ecointeligente
Una de las características de define a la ciudad inteligente o Smart City es precisamente el uso intensivo de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC). Sin embargo, coincidimos en que el uso de estas tecnologías por sí mismas no hace a las ciudades inteligentes.
Entonces, ¿qué hace a las ciudades ser inteligentes? Pues lo hace el uso que las personas que las habitan hacen de las TIC, especialmente considerando que buena parte de ellas funcionan sobre la base de nuevas formas de colaboración, como sería el caso de los comentarios que realizamos sobre restaurantes, la posibilidad de utilizar vehículos compartidos, la obtención de datos de tráfico, el reporte de incidencias, por citar algunas de las más significativas.
Aunque estos datos se recojan de manera automática, se requiere de un nivel mínimo de involucración en la emisión del consentimiento para el uso de los datos generados y mayores grados de participación, como sería el caso, por ejemplo, de compartir herramientas y subir información.
Así, las tecnologías digitales que hacen a la ciudad más inteligente son aquellas que se sustentan y reflejan en movimientos urbanos de carácter social, cultural, artístico con cierta profundidad y compromiso.
Para ello es también necesario sensibilizar a los ciudadanos para involucrarlos en este tipo de proyectos. La información emitida por los ciudadanos forma parte del valor generado por otros actores tales como los proveedores de servicios urbanos, las empresas, y la propia ciudad como entidad.
Los ciudadanos demandan nuevos tipos de servicios que les ayuden, les faciliten la vida y sobre todo les permitan ahorrar tiempo y dinero. Ello implica recurrir al entorno digital que viabilice ganancias en forma de eficiencia y de bienestar en su entorno cercano.
Los ciudadanos comienzan a apostar por tener acceso y disfrutar del uso en contraposición a la propiedad, estando cada vez más familiarizados y siendo más conscientes de los problemas de sostenibilidad, de modo que son sensibles a que los bienes y servicios sean producidos y distribuidos de forma lo más responsable posible.
Las administraciones públicas locales pueden aprovechar el aumento de la conciencia y la accesibilidad de los residentes urbanos para obtener un mayor nivel de compromiso y participación de la comunidad.
En cualquier caso, una Smart City tiene que ser para disfrute del ciudadano, por lo que no solo importan los problemas que la ciudad acometa sino también las prioridades que definan los ciudadanos.
Antes no existía suficiente información para conocer las necesidades y preferencias del ciudadano. Hoy, la condición de ciudad conectada permite establecer medios y canales de comunicación en tiempo real para que el ciudadano pueda transmitir sus necesidades o preferencias a las distintas administraciones.
El ciudadano tiene que entender qué información debe proporcionar para que funcione y en qué debe colaborar activamente. Para que estos dos puntos funcionen, lo primero que tiene que pasar es que el ciudadano esté informado y que se sienta seguro, protegido de problemas o inquietudes relacionados con la protección y privacidad de sus datos como los ciberataques, el phishing, la exposición de datos personales, entre otras.
Para aprovechar las ventajas de una ciudad inteligente, el individuo tiene que estar conectado. La clave para ello, hoy en día, es el equipamiento y uso de dispositivos móviles tales como los teléfonos inteligentes (smartphones), con los que el ciudadano ecointeligente puede realizar transacciones, recibir información sobre el entorno que le ayude a tomar mejores decisiones, y enviar información que permita conocer aspectos propios de la persona.
Otro aspecto relacionado es la incorporación de la Tecnología Vestible (wearables) en la indumentaria del ciudadano conectado. Hablamos de relojes, gafas, pulseras, zapatillas, anillos y ropa que permiten recoger y analizar información personal hasta sensores e instrumentos.
Tal y como entendemos las Smart Cities, éstas no se pueden configurar sin esta conectividad que hemos comentado, con la que los individuos están vinculados con las urbes en las que viven
En definitiva, en una ciudad inteligente los ciudadanos han de poder contar con la misma información que los administradores públicos, para lo cual es imprescindible, además de garantizar la conectividad de los ciudadanos y animar su participación activa, contar con iniciativas solventes, creíbles y auditables de Open Data y Open Government.
Para finalizar, nos gustaría indicar que se pueden constatar el interés de los individuos por el concepto de Smart City, por ejemplo, analizando la información que arrojan las búsquedas de información relativa a este concepto en Internet.
¡Esperemos que el modelo de ciudad inteligente solidifique y nos beneficiemos todos de lo que tiene que aportar en el futuro sostenibles de nuestras urbes!
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Fuente original: https://www.ecointeligencia.com/2019/06/ciudadano-ecointeligente/